Autor: Manuel Fernández de Sevilla
*Economista
La
irrupción del coronavirus en el mundo ha constatado que al igual que
la economía está globalizada, también lo está la salud de los
humanos, y ha dejado en evidencia la falta de protocolos por las
tibias recomendaciones que se han vertido desde las distintas
instituciones públicas y organismos internacionales como la
Organización Mundial de la Salud y las instituciones locales
sanitarias de los distintos estados, para hacer frente a la COVID 19.
Con
los modelos matemáticos y programas estadísticos existentes,
bastaba insertar los datos de una muestra real de contagiados para
ver como el modelo estadístico proyectaba una curva de crecimiento
exponencial de infectados; ¿era
necesario que la OMS se tomara con verdadera parsimonia el tránsito
de considerar pandemia lo que escasos días antes llamaba epidemia?
Es evidente que han fallado todos los protocolos de contingencia y
prevención, con las consiguientes víctimas mortales y las que están
desgraciadamente por venir. Las meras recomendaciones que se
transmitían desde la OMS a los países, da a entender la visión
asistencial con la que se conforma este organismo, a nivel
internacional, dejando libre voluntad de decisión a los gobiernos
nacionales.
Se
debía haber evitado que la epidemia se transformara en pandemia,
pero las recomendaciones que llegaban de la OMS quedaban enmarcadas
en libres protocolos de aceptación, o no, por los gobiernos de los
países, y ya sabemos lo que está dando de si: unos cierran
fronteras, otros no, unos proceden a la realización de los tests
Covid-19, y otros pasan completamente, unos confinan a la población,
otros hacen lo que quieren. Conforme avanzan los días, la OMS
asevera el lenguaje y las recomendaciones… demasiado tarde, se
podía haber evitado, al menos, el paso de epidemia a pandemia, pero
hay un handicap en nuestras democracias formales, categorizadas por
una superioridad moral:
1.-
La democracia tal como está planteada actualmente tiene un recorrido
muy corto, de cara a evitar que una epidemia se convierta en
pandemia, pues en el supuesto caso que el gobierno hubiera procedido
a tomar duras medidas de prevención con el cierre de fronteras y el
confinamiento desde el mes de enero de 2020, toda la oposición
liberal le habría imputado el enorme error de esa acción porque “no
existen indicios de que en nuestro país exista ningún infectado, y
por tanto esa medida preventiva está fuera de lugar, que lo único
que pretende es paralizar y hundir nuestra maltrecha economía”,
“esto nos pasa por tener un gobierno social-comunista”.
Y es que la derecha liberal ha tratado de negar la epidemia del
coronavirus, básicamente por la defensa de sus intereses económicos,
sobre todo respecto del sector exterior, el comercio internacional y
su globalización.
2.-
La democracia, como se entiende desde la izquierda oficial, tiene
serios complejos a la hora de practicar el cierre de las fronteras,
atajar la movilidad de las personas en el país y confinar a la
población, porque eso les recuerda a medidas autárquicas
franquistas, y también a medidas autoritarias, por las que tienen
muchísimos complejos a la hora de aplicarlas. Esas reticencias son
las que nos han llevado a la situación actual. Algunos todavía se
están recuperando del cierre de fronteras decretado por Marruecos,
porque en su razonamiento ilusorio, era imposible que los países de
África cierren las fronteras e impidan la llegada de personas de la
Europa afectada por el coronavirus, ni siquiera dejan entrar a los
autóctonos del país que llegan desde Europa.
Tanto
los liberales como los socialdemócratas han errado; los primeros,
por tratar de defender los intereses económicos mercantiles del
comercio exterior, y los segundos, porque tienen complejos a la hora
de tomar ciertas medidas por miedo a la reacción liberal, porque van
a remolque de la doctrina liberal, lo que en la práctica los ha
convertido el social-liberales, posibilitando la construcción y
visión de la economía en estos últimos 60 años, bajo parámetros
de abandono de los sectores estratégicos de la economía, y el
abandono del comercio interior y la demanda agregada interna de
consumo. ¿Qué significa esto?, igual que los liberales ponen en
duda el sector estratégico agropecuario, también ponen en duda el
sector sanitario, por eso España no disponía ni de suficientes
mascarillas, ni de respiradores.
Cuando
un país proyecta su economía de cara al exterior, termina
fabricando productos, bienes y servicios para que los compre la
demanda agregada externa, y esto se traduce en que dichos productores
deben ser muy competitivos, si quieren verlos colocados en el
mercado internacional, lo que se traduce en bajos salarios para
obtener precios competitivos en el mercado internacional. Ello
redunda en un mermado poder adquisitivo de la demanda agregada
nacional interna, lo que entra en una dinámica de precarización en
todos los sectores de la economía, que terminan siendo
deslocalizados.
La
visión de la globalización capitalista para los liberales es la
experiencia de que todos los bienes que se producen en la economía
están al alcance de todos los países, de manera que ya no es necesario producirlos en el seno de la economía nacional, basta deslocalizarlos, para
evitar los esfuerzos económicos de mantener los sectores
estratégicos de la economía, como es la sanidad pública del país.
La actual crisis del coronavirus ha puesto de nuevo de manifiesto la
necesidad fundamental que significa este sector público en la
economía. Y cuando se ha ido a echar mano del material sanitario, se
han dado cuenta que no lo tenían al alcance de la mano. No había ni
respiradores, ni guantes, ni mascarillas, ni EPIS (equipos de
protección individual), ni protocolos de prevención. De forma
absoluta se ha banalizado desde el principio la epidemia del
coronavirus por parte de la derecha, tanto conservadora como liberal,
del mismo modo que durante estos últimos 60 años se ha banalizado
la soberanía de la economía nacional.
El
gobierno quiere arreglar con la intervención del Estado en la salud
y en la economía toda esta crisis, favoreciendo la demanda en Europa
de la emisión de coronabonos, cuestión que nadie niega, salvo un
reducto irredento de anarcocapitalistas, que le echan la culpa al
Estado de la crisis del coronavirus, cuando precisamente al no
haberse hecho nada a primera hora, y al demostrarse la inexistencia
de protocolos de prevención y contingencia serios, al margen de los
políticos que nos gobiernen, esto se nos ha ido de las manos, y se
ha transformado de epidemia en pandemia. Si nos gobernasen los
ultraliberales, entonces la pandemia sería una realidad mortal mucho
más acuciante de lo que ya es, pero no lo podemos saber, porque
afortunadamente no nos gobiernan.
La
inmensa mayoría de los expertos que salían en televisión y en los
medios de comunicación de todos los colores políticos,
prácticamente han banalizado la epidemia del coronavirus, quizá por
la superioridad moral del mundo occidental: “tales
cosas no pueden ocurrir aquí”.
Y no solo los medios de comunicación, también en las redes sociales
se han vertido contenidos con noticias falsas de los efectos del
coronavirus, hasta al punto de afirmar que “es
como una gripe”,
o “que
la gripe mata más personas que el coronavirus”.
Todos los expertos que han estado desinformando y transmitiendo
mentiras (“transmintiendo”),
deben asumir su responsabilidad, porque han actuado de forma
irresponsable como gurús, favoreciendo con su actitud nuevos
contagios.
La
realidad del coronavirus va a poner en valor el replanteamiento de
una visión de la economía que mire al interior del país, al objeto
de asegurar la demanda de consumo nacional para dar salida a los
bienes y servicios que se produzcan en la economía nacional, para
paliar las dificultades de la colocación de nuestros productos en el
mercado internacional. Mientras se trata de dar una posible respuesta
desde el ámbito sanitario para la obtención de una vacuna, pueden
pasar meses, lo que significa prácticamente dar por perdido
económicamente el año 2020. Ello se traduce en que no podemos caer
en la misma cuenta de contar con los millones de turistas que
visitaban España, ni contar con las ventas de nuestros productos en
el mercado internacional, tal y como se venía haciendo antes de la
aparición infructuosa de la Covid-19.
Por
otro lado, los efectos psicológicos de la Covid-19 quedan reflejados
en una mayor profundización del aislacionismo social, basado en la
distancia social para prevenir los contagios, con todo lo que
conllevará en detrimento de las relaciones sociales, afectivas y
personales.