Ecología

lunes, 23 de marzo de 2020

“EL PRINCIPIO FORAL Y LA PLURINACIONALIDAD DE LAS ESPAÑAS COMO RESPUESTA AL CONFLICTO TERRITORIAL” (*)


Conferencia de Doña María Teresa de Borbón Parma.
Facultad de Derecho de la Universitat de València.
29 de junio 2017
(aniversario de la abolició dels Furs del Regne de València por Felipe de Borbón)


El federalismo está de moda. En el mundo político, en el mundo del periodismo, en las tertulias. Está de moda en Europa y en España. En Europa, porque está constituida por estados-nación y, precisamente, el Estado-nación está en crisis. Laminado hacia arriba, ya que sus ámbitos competenciales pertenecen al ámbito europeo propiamente dicho. Y laminado por abajo, porque hay presiones cada vez mayores para que se resuelvan sus problemas a un nivel más local.

El Estado-nación se ha dicho que es demasiado pequeño para proteger a los ciudadanos, y demasiado grande para escucharlos. Europa, que tiene como única base unos tratados que hay que revisar constantemente, necesita una Constitución que organice su estructura federal. En España, enfrentada a una situación tensa por las presiones centrífugas, aparece el federalismo como una salida. Hay en ambos casos apetencia federalista, y eso es importante. Pero el federalismo no es una receta cosmética, es una realidad jurídico-política que hay que abordar desde la vertiente socio-política e histórica. Y así nos podemos asomar a su futuro como, entre otros, lo vemos los carlistas, y así, solamente así, el federalismo puede ser una esperanza.

La definición del federalismo es breve. Hay federalismo si hay un conjunto de comunidades políticas que coexisten, colaboran e interactúan como entidades autónomas en un orden común que, por supuesto, mantienen su autonomía propia. El profesor Juan Cruz Alli lo define así: “los pueblos y sus tradiciones no pueden estar diluidos en un Estado que les aparece como una superestructura asfixiante”. Al contrario, siguiendo el concepto de la subsidiariedad deben de ser respetadas sus vivencias culturales en un adecuado ámbito de decisión política y económica.


Son definiciones breves pero que cubren una realidad socioeconómica muy compleja y una historia todavía más compleja que tenemos que abordar a continuación. Personalmente, me gusta la definición de Juan Cruz Alli porque contempla la dicotomía nación-Estado, la nación es el alma de un pueblo, sus costumbres, tradiciones, recuerdos, mitos, aspiraciones, su saga, su mística; el Estado, su necesaria estructura socio-política y económica. A lo largo de la historia se ha demostrado el peligro de que el estado pisotee los rasgos característicos de la nación, o lo que es lo mismo, los utilice de manera perversa al servicio de una ideología totalitaria.

Se acaba de reeditar un libro del fundador de la sociología moderna, Émile Durkheim. En ese libro se estudia críticamente la ideología del alemán Heinrich von Treitschke, padre del nacionalismo germánico. Treitschke justifica el dominio absoluto del Estado sobre la nación y la sociedad civil con una frase lapidaria: “Der Staat ist Macht” (el Estado es poder). El Estado es fuerza por encima de la moral, y añade: “hace falta que la moral sea más política, para que la política sea más moral”. Es decir, es necesario que la moral acepte todas las excusas de la política, incluso todas las falsas excusas. A esto, Jacques Maritain contesta que “la vida política y social transcurre en un mundo de la existencia y de la contingencia, no de las puras esencias, es un mundo de fuerzas concretas cargadas de humanidad, porque actúan con el peso de la contingencia y de la fatalidad y que la política debe medir en su signo existencial”.

Vemos así que la relación entre el Estado y la nación es compleja, porque encubre la problemática democrática de la representación y de la participación. Para que un pueblo acepte una organización política que enmarque su realidad histórico-política, para que se tengan presente sus contingencias, es necesario pues un vínculo psicológico intangible que le permite reconocerse a sí mismo, reconocer sus estructuras culturales, con la finalidad de aceptar el futuro. Es un elemento sentimental insustituible, es la querencia a la que he aludido antes, cuando he hablado de “respetar las vivencias culturales de los pueblos”.

Vamos a ver la historia de esa querencia, por ejemplo, el caso de Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial, Francia intenta desesperadamente que Alemania vuelva a la estructura anterior a la unificación prusiana para evitar precisamente su beligerancia y no lo logró. Después de la Segunda Guerra Mundial sí que lo consiguió, no con la vuelta a una estructura pre-federal, pero sí con el federalismo. Y fue exitoso, porque en ese caso estaba satisfecha la acomodación de Alemania con su pasado, y simultáneamente, la voluntad de ser una organización moderna, por esta razón se produjo el éxito. Permitió evitar la beligerancia que había caracterizado Alemania y, sobre todo, impulsó su reconstrucción después del desastre del fin de la guerra. El federalismo fue un éxito, incluso se puede decir de algún modo que Alemania es la nación, en muchos casos, más exitosa de Europa. Suiza no es el país más divertido de Europa, pero hay que reconocer que es un país exitoso al máximo, es el lugar donde hay un mayor respeto por la naturaleza, donde hay una mayor convivencia democrática y con una garantía de paz de carácter secular. Bueno, realmente es interesante el modelo helvético, no digo como modelo absoluto, cada uno tenemos nuestras propias tradiciones. Pero Suiza es admirable por su sistema político, democrático, administrativo y judicial, con el cual ha logrado realmente un equilibrio admirable.

En España tenemos nuestras propias tradiciones, tenemos una memoria histórica en Cataluña, Valencia, de constituciones antiguas, de concejos locales, de federalismo práctico y de tradición participativa. El sistema pactista en Cataluña, Aragón, Valencia, según el profesor Ferrán Toledano, representa su cultura político-constitucional, son las “estructuras de la tierra”: la Generalitat, los Concejos… ¿Dónde está hoy la querencia de España a la que he aludido antes? A partir del siglo XIX el carlismo será su campeón absoluto (volveré a esto más tarde), pero tengo también que citar la breve experiencia de la II República, con sus autores socialistas (Fernando de los Ríos, Araquistaín, Besteiro…) y, en una época más cercana, la historia de la pre-transición democrática, que es nuestra historia inmediata. Allí se pudo pulsar la inclinación federalista en vivo. Entonces las fuerzas vivas de los pueblos, de los barrios, se ve unían por nacionalidades en Cataluña, Valencia, Euskal Herria… en todas se puso en marcha una opción que se ha caracterizado como patriotismo federal y que fue desbaratada por fuerzas supra territoriales.

Personalmente, en mis andanzas posteriores por Europa, con el Frente Exterior del Carlismo, cuantas veces he oído: “españoles, no intentar inventar otra forma política, no intentar abrir otra forma de federalismo, seguid nuestra norma europea”. Y así fue. No sé si se hubieran podido inventar otras formas, lo queríamos, pero hubo presiones muy fuertes para que no fuese así. Ahora sí, hay que reconocer que hubo un intento de acercamiento a la idea federal con el estado autonómico consagrado en la Constitución de 1978, vigente hasta ahora, que se ha caracterizado como “Estado centralista regionalizado” o “Estado polícentrico”. El estado es unitario por la superioridad de los intereses generales cuya titularidad corresponde a órganos centrales. Y es plural por el autogobierno potencialmente diferenciado de los intereses políticos que la propia Constitución y los Estatutos autonómicos le reconocen. Además pretende respetar el derecho de foralidad con una frase lapidaria. “allí donde existan”

No obstante, la España autonómica no es una federación, no tiene sus características, por tanto, no ostenta sus ventajas. En una federación, cada nación determina libremente las relaciones que tiene con el resto de los pueblos que integran el Estado, y así la vinculación es fuerte. En la España actual, la autonomía no es un principio de soberanía y no permite oponerse a la unidad, así no participa directamente en la voluntad estatal. Además, eso lo reconocen todos, hay una laminación constante de las competencias autonómicas, por parte de la administración central, día a día lo vemos. Y de esta manera, ¿cómo podríamos ver el futuro?

En clave valenciana, voy a citar a algunos autores e intelectuales valencianos. J. A. Martínez Seguí habla de la huella historia, habla de Frederic Furiol Ceriol y de la tradición imperial aragonesa de sentido federal, según la cual cada territorio tenía su estructura propia, sus leyes y fueros. De este modo, actualmente, frente al centralismo agresivo, al independentismo, al regionalismo sucursalista, propone el valencianismo cívico que asuma y depure el legado de Joan Fuster, apoyado en la identidad histórica y la voluntad democrática. Xavier Ribera habla de un escalofriante encefalograma colectivo aterrador y propone la recuperación de la personalidad histórica: Valencia en Europa no tiene que ser solamente vendedora de naranjas, es otra cosa, tiene que dar a conocer su lengua, cultura, historia, tiene que participar de algún modo en la gobernanza europea, y para esto hay que valorar la paz democrática que ha deparado Europa, los progresos socioeconómicos. Ahora que en Europa existe un populismo negativo, yo creo que es importante poner en valor la ética y el humanismo que han caracterizado la cultura europea, por la fusión de las culturas de los distintos países de Europa. Xavier Ribera no quiere un pancatalanismo, ni un anticatalanismo, sino un valencianismo plural.

En cuanto a los carlistas, podemos decir que frente a esa querencia un poco vaga, a la que he aludido, nosotros tenemos una querencia muy concreta. Opino que somos los únicos o los mayores poseedores de ese vínculo psicológico intangible al que he aludido antes. En medio de los que claman por el federalismo, somos los únicos que hemos protagonizado guerras a su favor, que hemos llevado una lucha pedagógica con nuestros intelectuales, nuestros militantes, nuestro pueblo, para explicar, para pensar el federalismo. Las naciones culturales vasca, catalana, gallega, valenciana… forman parte de la nación cultural carlista. Además, hemos experimentado el federalismo durante el reinado de Carlos VII en una parte de España, también, por ejemplo, con la fundación de la Universidad de Oñate, en la lengua de Euskal Herria, el euskera. Antes he comentado en nuestra historia inmediata la lucha democrática, pues hemos sido partícipes de esta lucha democrática de manera muy peculiar y, al mismo tiempo, nuestro partido ha revivido propuestas fieles a su pasado tradicional de autogestión económica y territorial. Por tanto, teníamos una razón para poder ser escuchados por el pueblo español. Hacia el futuro queremos utilizar todos los recursos que brinda la modernidad para facilitar la comunicación entre gobernantes y gobernados, un poco al modo de la democracia que tiene lugar en el Norte de Alemania. También para favorecer la transversalidad entre Estados Federales. También tenemos interés en que las Cámaras que representan a los Estados no sean solamente políticas, que haya una cámara económica y una cámara cultural, particularmente interesante en España por su realidad plurilinguística.

El autogobierno territorial arranca del municipio y se eleva hacia el Estado. Creo que el Carlismo tiene una gracia especial para pilotar la dicotomía entre Estado y nación a la que me he referido antes, como también para actualizar la aspiración pactista frente al concepto que se llama de “democracia absolutista” que no quiere contemplar el federalismo, porque aduce que el federalismo divide al poder.

Hay algo a lo que estaremos siempre muy atentos los carlistas: que el pueblo de los distintos estados no pierda su protagonismo. Nos preocupa la homogeneidad de los valores. En las estructuras federales se vela porque entre los distintos estados federales haya valores que sean iguales. Por ejemplo, en Europa, la igualdad de sexo, la igualdad de creencias religiosas que no entren en el ámbito de la gobernanza. Pero esos valores comunes a veces pueden ser vulnerados y hay casos, ahora por ejemplo lo vemos con Hungría o con Polonia, donde están vulnerados o casi vulnerados. Entonces es muy útil el recurso jurídico a la propia base para que reclame el dictamen de la homogeneidad de valores. Los carlistas siempre estaremos a favor de esa posibilidad, de la homogeneidad de los valores, por parte de los pueblos de los estados federados.

Naturalmente el federalismo reclamará una nueva Constitución, un nuevo juego de interdependencia entre los Estados de las Españas. Los carlistas siempre hemos hablado de las Españas y ahora queremos que sean Estados Federados dentro de un marco de democracia participativa en lo político, en lo económico hasta incluso en lo energético, para que renazca el entusiasmo de la pre-tradición democrática. Tenemos que rehacer un nuevo tejido de relaciones internas, pero también una participación de los Estados Federados en su relación con Europa. Este punto es de vital importancia en la medida en que estaremos cada vez más integrados y es natural que los Estados Federados hagan oír su voz en este ámbito. El federalismo es, en definitiva, la solución para las Españas y para Europa. Nosotros, los carlistas, no queremos ser los únicos depositarios del futuro federalismo. Todo lo contrario, anhelamos compartirlo con otros, porque es la única vía para que vivan juntos y beban del mismo río que conduce al futuro todas las Españas, todos los españoles.

(*) VV.AA. (2019). Els valencians, poble d’Europa. L’horitzó federal. Coordinadores: Joan Alfred Martínez i Seguí, August Monzó i Arazo, Francisco Javier Palao Gil. Catedrà de Dret Foral Valencià. Universitat de València, pp- 328-325.