La irrupción de Podemos en el
contexto político actual demuestra haber sido una de las posibles
canalizaciones de la indignación social surgida a causa de la crisis
económica de 2008, y de la escandalosa corrupción política que
hasta ese momento había existido en España. De manera que ha
servido como un revulsivo que ha llevado a una cierta catarsis
política.
El carlismo es el movimiento
político más antiguo de nuestro país, mientras que Podemos es uno
de los movimientos políticos más recientes y novedosos. Y les une,
pese a la distancia temporal, la crítica al liberalismo
económico-político, que también hacían en el pasado, al mismo
tiempo que los carlistas, las organizaciones obreras.
El liberalismo económico se
presentaba, en el siglo XIX, como solución a los problemas del
déficit de la Hacienda Pública, a costa de la privatización de los
recursos y bienes comunales, lo que llevó al Carlismo a su lucha
contra un liberalismo que también se traducía como la imposición
centralista de un Estado auspiciado por una única cultura, bajo el
idioma castellano, al que se llamaría español, dejando todas las
demás lenguas, culturas y tradiciones peninsulares completamente
marginadas y desprotegidas. Aquel liberalismo que pretendía, como
hoy, una España centralista y uniforme, que niega la personalidad,
el alma de la diversidad existente de los antiguos reinos
peninsulares, y que siempre el carlismo había tenido presente en su
solución federalista desde la autogestión económica, territorial y
política bajo el paraguas de la vieja institución referente que
significaba la Monarquía Hispánica. La protesta social carlista
vino también motivada por la precariedad material de las clases
populares que estaban experimentando los efectos del liberalismo
económico, ya que la privatización de los recursos y bienes
comunales los dejaba sin hogar, sin trabajo y sin futuro, por ello
clamaron contra el proceso de empobrecimiento del que estaban siendo
objeto.
Un proceso de
empobrecimiento muy similar, aunque salvando las distancias por el
contexto y situación temporal, al de la crisis del año 2008 que,
bajo los efectos del déficit presupuestario y la creciente deuda
pública, de nuevo las fuerzas liberales presentaron sus soluciones
basadas en la privatizaciones de los recursos y bienes públicos.
Años antes de la crisis se habían producido las grandes
privatizaciones del comunal público, a las cuales desde el siglo XIX
tanto el movimiento obrero como el Carlismo se habían venido
oponiendo y criticando, desde sus diferentes experiencias e ideas
que los inspiraban. Las concentraciones de los indignados contra el
desempleo, la precariedad laboral, las condiciones abusivas
hipotecarias y de los alquileres, echaron a la gente a la calle, para
defender un sistema público que defendiera la justicia social,
la vivienda, la atención social, la educación, la sanidad, el
trabajo y un sistema de pensiones digno.
Para el
Carlismo la defensa de la institución monárquica tradicional se
hacía desde la base del respeto de aquella institución por la
autogestión: territorial, política y económica, basada en un
concepto de soberanía mucho más concreto y no tan abstracto como el
defendido por el liberalismo. Ese viejo concepto carlista, que hoy
día entronca con la defensa de la soberanía alimentaria o la
soberanía energética, es mucho más concreto que la tan cacareada y
patriotera soberanía española, la cual termina cayendo en la
dependencia del poder financiero internacional; toda una
contradicción en quienes se autoproclaman patriotas. En los orígenes
del Carlismo la soberanía económica venía defendida por el acceso
a la tierra y el respeto al medio ambiente. Los carlistas, sin
desarrollar un planteamiento ideológico, tenían una gran
preocupación por la ecología y el medio ambiente, ya que sabían
que su modo de vida dependía de su sustento, y éste lo conseguía
por el acceso a los recursos y bienes comunales, los cuales debían
preservarse evitando cualquier tipo de sobreexplotación.
Podemos sin
darse cuenta ha puesto en valor una gran parte del discurso y
planteamiento del Carlismo histórico: desde la presencia en escena
de los círculos, pasando por la defensa del comunal público frente
a las privatizaciones, hasta la necesidad de vertebrar las Españas
bajo un sistema federal, desde abajo a arriba. El pactismo del
carlismo se esgrime en Podemos, y de alguna manera ha recogido la
tradición pactista de la vieja monarquía peninsular
ibérica-hispánica.
Los postulados teórico de
Podemos han chocado en gran parte con algunas actuaciones llevadas a
cabo por la élite dirigente del partido, que en algunos momentos ha
recordado las acciones centralistas de corte jacobino robesperiano, o
a los liberales centralistas, o a los métodos estalinistas, algo que
realmente choca con el espíritu inicial de la formación morada, que
se presentaba con una imagen más transversal, para luego señalar
que su transversalidad se hacía desde posiciones izquierdistas. La
relativa ambigüedad de Podemos, dentro del arco político, es
comparable al Carlismo histórico, que tampoco tuvo una clara
ubicación política, ya que el tablero político decimonónico y los
dirigentes tradicionalistas, que no carlistas, lo situaron al margen
de las reivindicaciones populares que planteara.
Para los carlistas la agresión al
medio ambiente perpetrada por el liberalismo económico podía ser
hasta combatido desde posiciones ludistas, con demostraciones de
rechazo a la máquina y a las tecnologías que no sólo sustituían
la mano del ser humano, sino que además bajo su proceso de
fabricación y de uso contaminaban. Sin embargo, aquella crítica
hacia el liberalismo que se presentaba como reaccionaria, ante la
crisis ecológica medio ambiental que tenemos a nivel mundial, es hoy
progresista. Si bien los tiempos han cambiado, y el liberalismo nos
ha alejado de la praxis comunal de la aldea, para muchos, quienes nos
conocen, reconocen que el carlismo vislumbró que los carlistas
teníamos razón. Pero no basta con tener razón o que nos den la
razón, porque buscamos la transformación social, después de la
deformación a la que ha conducido el liberalismo a toda la
humanidad. Esa deformación a nivel mundial se traduce por
ejemplo en la contaminación del medio ambiente, y en la explotación
laboral, aprovechando las condiciones de desprotección social en las
que se encuentran millones de seres humanos, con las consiguientes
migraciones de refugiados ecológicos, o refugiados
medio-ambientales. De alguna forma el carlismo previó y criticó el
impacto negativo de la contaminación ambiental auspiciada por la
industrialización liberal sobre los usos y formas de vida
tradicionales más apegados al mundo rural.
Por otro lado,
desde Podemos y muchos colectivos feministas, debería afinarse el
feminismo desde la convicción de la lucha contra la violencia de
género, contra la misoginia, la lucha contra el machismo, la lucha
contra la desigualdad social, desde el ejercicio de la lucha de
clases. Que la explotación capitalista no entiende de sexos, pero
quiere vernos inmersos en esa guerra, para dejarlo libre a los
efectos de la praxis de su corolario económico: dejar hacer, dejar
pasar, y seguir con la explotación de personas, animales y recursos
ecológicos.
La entrada de
Podemos en el Gobierno Central en coalición con el PSOE ha abierto
una fórmula de colaboración política inédita hasta ahora en la
democracia española contemporánea. El ejecutivo actual ha sido
recibido por las fuerzas políticas de la derecha, y por su
“acorazada” mediática, como ilegítimo y contrario a los
intereses de España. La legitimidad del Gobierno actual está fuera
de toda duda. La derecha tiende a confundir sus intereses
particulares con el bien común, y su patrioterismo excluyente solo
conduce al enfrentamiento y a la discordia. Pero partiendo de la
indiscutible legitimidad y legalidad del Gobierno, la praxis de su
gestación y la actitud de las fuerzas políticas que lo componen
inducen a recibirlo con cautela. Del aparato del PSOE se puede
esperar cualquier conducta: puede presentar una propuesta y su
contraria sin solución de continuidad y sin ningún tipo de pudor.
Podemos también ha dado muestras de incoherencia y apetito de poder.
¿Por qué la fórmula de la actual legislatura no fue posible en la
anterior?, con un alto coste político y social que tuvimos que pagar
todos los ciudadanos. La moral acomodaticia de la “casta” de
Podemos ha taponado hasta las más generosas tragaderas: desde las
lágrimas de cocodrilo del líder a los aplausos vergonzantes al Jefe
del Estado, en el escenario de la cámara de los representantes del
pueblo.
Pero más allá de la estética
política y de las sobreactuaciones para la galería, el nuevo
ejecutivo ha encarado con decisión –y con prudencia y cautela- los
dos mayores desafíos del momento: la crisis de Catalunya y la
política social. Esperamos y deseamos que el desafío
independentista se conduzca por los caminos del diálogo y se alcance
un mínimo pacto federal. Y que este Gobierno, teóricamente
progresista, al menos aminore y suavice las profundas desigualdades
sociales y económicas que están soportando amplios sectores de las
clases populares: la sanidad, la educación, las pensiones, la
vivienda, el trabajo, la dependencia y la igualdad de género no
pueden esperar.
CARLISMO DIGITAL