Autor: Josep
Miralles
Europa
Laica es una organización española sin ánimo de lucro promotora
del laicismo, del Estado laico y de la separación Iglesia-Estado.
Son unos planteamientos muy dignos de tener en cuenta: al César lo
que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Laicismo
significa, según el diccionario, independencia
de toda confesión religiosa. Pero pienso que es una explicación
caduca, lo mismo que aquella otra que decía que la religión es el
opio del pueblo. El opio del pueblo, hoy, es eso que se llama
sociedad del bienestar y todo lo que ello comporta, creo que eso
también es una religión de la que los de Europa Laica no se han
independizado.
Y
digo todo esto porque, a algunos miembros de esa organización
“laica”, parece que les preocupa mucho lo de poner la X en la
casilla de la Iglesia del IRPF. Al menos, así se desprende de un
artículo que he leído estos días de uno de sus miembros.
El
artículo en cuestión habla de que el Estado debería ser laico, es
decir, independiente de toda clase de religiones, y se queja del
privilegio que representa que aparezca el logo del gobierno en la
publicidad para marcar la X a la Iglesia católica en la declaración
de la renta. Se queja de la "publicidad engañosa que desde hace
años viene haciendo la Iglesia Católica". Y tiene razón, la
publicidad –y no sólo la católica- siempre es engañosa; la del
Estado también, y no digamos la del gobierno, sea "progresista"
o "reaccionario" da igual.
Aunque
no soy muy partidario del Estado mastodóntico, porque soy
“socialista autogestionario” –partidario de menos estado y más
sociedad-, y no “socialista de estado”, así como tampoco soy
partidario del estado capitalista, reconozco que nuestra legislación
es la que es y, aunque no estemos de acuerdo, mientras no se logre
cambiar, me parece hipócrita criticar sólo una parte de todo el
cúmulo de privilegios e injusticias que padecemos, aunque sean
legales.
Hay
un concordato legal entre el Estado “progresista” y la Santa Sede
“redaccionaria”, igual que legalmente existen unas leyes de
financiación y subvención de partidos políticos, sindicatos,
patronales, ONG’s, -doy por sentado que Europa Laica no recibirá
subvenciones de ningún estado- etc., etc. Y hay otras leyes o normas
que amparan subvenciones a múltiples organismos, chiringuitos,
entidades, actos culturales, contraculturales, y pseudoculturales,
por no hablar de la legalidad que también ampara los innumerables
medios, prerrogativas y privilegios que tiene la clase política y
sus respectivos asesores y burócratas nombrados a dedo.
Estoy
de acuerdo con lo que dice el articulista en cuestión, sobre que
debe ser el Estado quien cubra una serie de servicios públicos, y
cita la “sanidad, educación, pensiones, infraestructuras,
asistencia social”, y que “el dinero de todos ha de ir a sufragar
los servicios que son comunes a todos”, pero yo me pregunto: ¿quién
decide los que son comunes a todos? Mucha gente no se siente en
comunión con los asesores de los políticos, ni con los sindicatos,
ni con los propios partidos políticos, ni con asociaciones
culturales, ni con… ¡los bancos!, que se rescataron con el dinero
de todos, etc., por no citar a la Corona, ni al Ejército, cuyos
astronómicos gastos claman al Cielo.
Pero
es que, además, los que no estamos de acuerdo con el crecimiento
económico –porque creemos que nuestro mundo lo que necesita es
precisamente lo contrario, es decir, decrecer en vez de crecer (a ver
si después de la pandemia del Covid-19 ocurre algo de esto)-, no
aceptamos que nuestros impuestos se dediquen, por ejemplo a
“infraestructuras” gigantescas y pretenciosas, muchas veces
innecesarias. Tampoco que se dedique a una “educación” que en
realidad es el moderno adoctrinamiento para la competitividad y para
convertir a nuestros hijos en esclavos del consumismo y apéndices
manejables por un Estado que quiere controlarlo todo, etc. Por
cierto, se quiere sacar la religión de los colegios, pero nadie se
plantea sacar las máquinas de comida basura y otros artilugios de
consumo que se van imponiendo sutilmente en los centros de
“adoctrinamiento”… estatal (que no público).
Dice
el artículo que hay que acabar con el “negocio de la caridad”
(¿?) La caridad no es ningún negocio; la caridad es la palabra que
antes se le daba a lo que ahora los modernos llaman solidaridad. ¿Qué
era sino ese 0,7 % del PIB que los Estados acordaron dedicar al
desarrollo del Tercer Mundo y que, por cierto, casi ninguno lo
cumplía? Si realmente quisiéramos ser solidarios con el Tercer
Mundo, en vez de importar mano de obra barata que se convierte en
carne de cañón en los países ricos, dedicaríamos, no un 0,7 %,
sino mucho más que esa miseria, para contribuir a combatir las
desigualdades existentes entre el Note enriquecido y el Sur
empobrecido. Pero, claro, ningún gobierno hará jamás eso por miedo
a perder los votos de sus nacionales; no se quiere hacer pedagogía,
se quiere ser pragmático para no perder el poder. En cualquier caso,
esa ayuda necesaria al Tercer Mundo jamás debería ser para
entregarla a los sátrapas de aquellos países, sino a programas de
desarrollo comunitario –que no estatal- como suelen hacer algunas
–no todas- de esas ONG’s que se llevan “nuestro” dinero para
la “caridad” -como dice el artículo mencionado del miembro de
Europa Laica-, y como piensan también algunos progresistas
posmodernos.
Por
todo lo dicho y puestos en la tesitura de tener que poner una cruz en
la declaración de la renta, prefiero ponerla en casilla de la
Iglesia, a que esa asignación se la quede el Estado.