Visión idealizada de una manifestación de la Segunda República
AUTOR: ARTURO ESTÉBANEZ
En
estos momentos en que nuestro país está atravesando la peor crisis
sanitaria desde la época de la mal llamada "gripe española",
no faltan quienes desean conmemorar o recordar acontecimientos del
pasado, como si este pasado pudiera aportar algo positivo a nuestro
lúgubre presente o a nuestro oscuro futuro. El pasado es, o debería
ser, objeto de discusión histórica e incluso de recuerdo nostálgico
pero siempre y en todo caso sin perder la perspectiva y la
objetividad porque, de lo contrario, se mitifica ese pasado que
termina por convertirse en una especie de "edad dorada".
Estoy
escribiendo un 14 de abril de 2020, día que no pocos están
celebrando y, conmemorando desde numerosas redes sociales, la
proclamación de la Segunda República, siendo ya extremadamente
curioso que los llamados republicanos tanto conmemoren dicha
República, al mismo tiempo que parecen haberse olvidado de la
Primera que no termino de forma diferente a su idealizada Segunda,
pero en fin... ellos sabrán.
La
conmemoración y el recuerdo de la Segunda República transciende al
republicanismo, a los partidarios de la forma republicana de estado,
y se ha convertido en la "edad dorada" de la política
española trágicamente interrumpida un 18 de julio de 1936. No
obstante la Segunda República no es ni puede ser materia de fe, sino
objeto de ciencia e investigación.
La
régimen republicano surgió el 14 de abril de 1931, cuatro meses
después de la fracasada sublevación de Jaca del 12 de diciembre de
1930, de unas elecciones municipales en las que solo las grandes
capitales de provincia habían elegido concejales republicanos,
mientras que en el resto de municipios rurales habían sido elegidos
una mayoría de concejales monárquicos. Con independencia de que
unas elecciones municipales no son instrumento legítimo para cambiar
la forma de estado de un país lo cierto es que, en cierto modo, la
República se les vino encima a los republicanos españoles con el
abandono de Alfonso, llamado el XIII. ¿Que podían hacer entonces
los dirigentes republicanos? ¿Proclamar una Regencia? o ¿Coronarse
alguno de ellos? Evidentemente, ante el abandono del Jefe del Estado,
Alfonso llamado el XIII, lo único que se podía hacer era proclamar
la República y formar un Gobierno Provisional.
La
proclamación de la república fue saludada por casi la totalidad de
los partidos y ciudadanos, el entonces líder de los carlistas, Don
Jaime III, instó a sus partidarios a colaborar con el nuevo régimen,
después de la persecución sufrida también por el Carlismo durante
la Dictadura de Primo de Rivera. En realidad la Segunda República
significaba un nuevo comienzo lleno de esperanzas; esperanzas que
poco a poco fueron defraudadas.
No
había pasado un mes de la proclamación de la República cuando, el
10 de mayo de 1931, turbas incontroladas provocaron numerosos
incendios en iglesias y conventos. Cierto es que no se puede acusar
a las autoridades republicanas de haber favorecido aquellos actos que
entroncaban con el anticlericalismo decimonónico, pero también es
cierto que no actuaron para evitarlos y detener a los responsables.
Posteriormente,
durante los debates constitucionales, se discutieron muchas
cuestiones importantes, entre ellas la separación Iglesia-Estado
que era justa y necesaria pero, no había necesidad alguna, en un
país mayoritariamente católico, de tomar medidas claramente
anticlericales como la expulsión de los jesuitas, en cuyas manos se
encontraba la educación y formación de no pocos estudiantes de
todas las clases. La redacción de una Constitución que podía
ofender y ofendía, como poco, a la mitad de la población no pudo
ser sentida nada más que como una provocación por parte de esa
porción de la población. La Constitución de la II República
supuso un verdadero error y una fractura social por ignorar los
sentimientos de una gran parte del pueblo español y el proceso
constituyente, por puro dogmatismo doctrinario, no supo o no quiso
sumar al mayor número posible de ciudadanos a la construcción de la
República.
Se
podrán afirmar los grandes logros en materia de educación que tuvo
la Segunda República, pero lo cierto es que esos presuntos logros
también constituyen un mito o ficción. Cierto es que sobre el papel
se iniciaron numerosos proyectos educativos de gran calado, pero la
decisión de prohibir que las órdenes religiosas se dedicaran a la
educación, sin prever otras instituciones educativas que les
suplieran de inmediato, dejó a miles de alumnos sin posibilidad de
estudiar, fue como cambiar las cañerías sin cortar el agua.
Igualmente
se podrá recordar los grandes proyectos en materia de obras públicas
y de modernización del país que tenía la Segunda República, pero
los mismos no pasaron de ser eso, proyectos, porque al nuevo régimen
le sobró radicalismo doctrinario y le falto la paz social
imprescindible para las grandes empresas.
Y
he ahí el gran fracaso de la República, el no haber sabido
construir la paz social a base de la incorporación al nuevo régimen
de los más amplios sectores sociales, mediante grandes acuerdos
acordes con la realidad social del país, abandonando todo
radicalismo doctrinario que, alejado de cualquier pragmatismo, solo
podía engendrar otra radicalidad en sentido contrario que llevase al
enfrentamiento, como así sucedió.
Pretender
hacer una valoración de la Segunda República como si fuera la
culminación de la felicidad y de la plenitud política de los
españoles, es carecer de objetividad y hacer de la historia pura y
simple propaganda, divinizando lo que no fue nada más que otro
periodo de frustración.