martes, 14 de abril de 2020

14 DE ABRIL: LA FRIVOLIDAD DE UN ANIVERSARIO




Visión idealizada de una manifestación de la Segunda República

AUTOR: ARTURO ESTÉBANEZ
En estos momentos en que nuestro país está atravesando la peor crisis sanitaria desde la época de la mal llamada "gripe española", no faltan quienes desean conmemorar o recordar acontecimientos del pasado, como si este pasado pudiera aportar algo positivo a nuestro lúgubre presente o a nuestro oscuro futuro. El pasado es, o debería ser, objeto de discusión histórica e incluso de recuerdo nostálgico pero siempre y en todo caso sin perder la perspectiva y la objetividad porque, de lo contrario, se mitifica ese pasado que termina por convertirse en una especie de "edad dorada".
Estoy escribiendo un 14 de abril de 2020, día que no pocos están celebrando y, conmemorando desde numerosas redes sociales, la proclamación de la Segunda República, siendo ya extremadamente curioso que los llamados republicanos tanto conmemoren dicha República, al mismo tiempo que parecen haberse olvidado de la Primera que no termino de forma diferente a su idealizada Segunda, pero en fin... ellos sabrán.
La conmemoración y el recuerdo de la Segunda República transciende al republicanismo, a los partidarios de la forma republicana de estado, y se ha convertido en la "edad dorada" de la política española trágicamente interrumpida un 18 de julio de 1936. No obstante la Segunda República no es ni puede ser materia de fe, sino objeto de ciencia e investigación.
La régimen republicano surgió el 14 de abril de 1931, cuatro meses después de la fracasada sublevación de Jaca del 12 de diciembre de 1930, de unas elecciones municipales en las que solo las grandes capitales de provincia habían elegido concejales republicanos, mientras que en el resto de municipios rurales habían sido elegidos una mayoría de concejales monárquicos. Con independencia de que unas elecciones municipales no son instrumento legítimo para cambiar la forma de estado de un país lo cierto es que, en cierto modo, la República se les vino encima a los republicanos españoles con el abandono de Alfonso, llamado el XIII. ¿Que podían hacer entonces los dirigentes republicanos? ¿Proclamar una Regencia? o ¿Coronarse alguno de ellos? Evidentemente, ante el abandono del Jefe del Estado, Alfonso llamado el XIII, lo único que se podía hacer era proclamar la República y formar un Gobierno Provisional.
La proclamación de la república fue saludada por casi la totalidad de los partidos y ciudadanos, el entonces líder de los carlistas, Don Jaime III, instó a sus partidarios a colaborar con el nuevo régimen, después de la persecución sufrida también por el Carlismo durante la Dictadura de Primo de Rivera. En realidad la Segunda República significaba un nuevo comienzo lleno de esperanzas; esperanzas que poco a poco fueron defraudadas.
No había pasado un mes de la proclamación de la República cuando, el 10 de mayo de 1931, turbas incontroladas provocaron numerosos incendios en iglesias y conventos. Cierto es que no se puede acusar a las autoridades republicanas de haber favorecido aquellos actos que entroncaban con el anticlericalismo decimonónico, pero también es cierto que no actuaron para evitarlos y detener a los responsables.
Posteriormente, durante los debates constitucionales, se discutieron muchas cuestiones importantes, entre ellas la separación Iglesia-Estado que era justa y necesaria pero, no había necesidad alguna, en un país mayoritariamente católico, de tomar medidas claramente anticlericales como la expulsión de los jesuitas, en cuyas manos se encontraba la educación y formación de no pocos estudiantes de todas las clases. La redacción de una Constitución que podía ofender y ofendía, como poco, a la mitad de la población no pudo ser sentida nada más que como una provocación por parte de esa porción de la población. La Constitución de la II República supuso un verdadero error y una fractura social por ignorar los sentimientos de una gran parte del pueblo español y el proceso constituyente, por puro dogmatismo doctrinario, no supo o no quiso sumar al mayor número posible de ciudadanos a la construcción de la República.
Se podrán afirmar los grandes logros en materia de educación que tuvo la Segunda República, pero lo cierto es que esos presuntos logros también constituyen un mito o ficción. Cierto es que sobre el papel se iniciaron numerosos proyectos educativos de gran calado, pero la decisión de prohibir que las órdenes religiosas se dedicaran a la educación, sin prever otras instituciones educativas que les suplieran de inmediato, dejó a miles de alumnos sin posibilidad de estudiar, fue como cambiar las cañerías sin cortar el agua.
Igualmente se podrá recordar los grandes proyectos en materia de obras públicas y de modernización del país que tenía la Segunda República, pero los mismos no pasaron de ser eso, proyectos, porque al nuevo régimen le sobró radicalismo doctrinario y le falto la paz social imprescindible para las grandes empresas.
Y he ahí el gran fracaso de la República, el no haber sabido construir la paz social a base de la incorporación al nuevo régimen de los más amplios sectores sociales, mediante grandes acuerdos acordes con la realidad social del país, abandonando todo radicalismo doctrinario que, alejado de cualquier pragmatismo, solo podía engendrar otra radicalidad en sentido contrario que llevase al enfrentamiento, como así sucedió.
Pretender hacer una valoración de la Segunda República como si fuera la culminación de la felicidad y de la plenitud política de los españoles, es carecer de objetividad y hacer de la historia pura y simple propaganda, divinizando lo que no fue nada más que otro periodo de frustración.