Ayer
se celebró en la iglesia parroquial de Notre-Dame-des-Champs, de
Paris, la misa de corpore insepulto por doña María
Teresa de Borbón Parma, fallecida días pasados en un hospital
parisino victima del coronavirus. Dadas las estrictas y lógicas
medidas de confinamiento decretadas por el gobierno francés, la
ceremonia se celebró sin la presencia de fieles. Solo pudo asistir,
por parte de la familia Borbón-Parma, la infanta María de las
Nieves quien, además, ostentaba la representación de Don Carlos
Javier de Borbón Parma, jefe de la dinastía carlista.
Adjuntamos
los aspectos más significativos de la homilía pronunciada:
“Ninguno
de nosotros vive para sí y ninguno de nosotros muere para sí.”
(Carta del Apóstol San Pablo a los romanos, 14,7.). Esta
cita del Nuevo Testamento resuena particularmente en este día. De
hecho, si la infanta María Teresa nos dejó tan de repente es porque
ha vivido toda su vida, y en particular durante estos últimos años,
para los demás.
Junto
a su padre y luego junto a su hermano vivió para vosotros, los
españoles. Y, aunque no creo que sea un secreto para nadie, puedo
dar fe de que vivió desde hace algunos años para su hermana María
Cecilia, junto con su hermana María de las Nieves.
Había
aceptado encerrarse con sus hermanas, incluso antes del confinamiento
impuesto por el gobierno.
Y
lo respetaba con toda la energía que le caracterizaba, haciéndolo
sólo por caridad hacia su hermana debilitada. En medio de esta
crisis de salud sin precedentes,
nos
muestra un brillante ejemplo de caridad.
Sí,
“quedarse en casa” es
la consigna.
Ella
que amaba tanto salir y viajar, lo hizo por amor a su hermana. Este
regalo supremo de sí misma para con su hermana es la clave de su
vida. Ella proclamó la fe a través de la acción y la vivió hasta
el final.
Si la infanta se involucró en la política en España, fue
para servir a los demás.
Es
cierto que era una intelectual, tal y como atestiguan sus dos
doctorados y sus responsabilidades sociales pero creo que fue
principalmente su corazón el que dictaba su acción. Para ella, ser
princesa no era un privilegio, sino un deber, un deber de caridad.
Era, por supuesto, su sentido de familia combinado con una inmensa
admiración compartida con sus hermanas y su hermano, Don Carlos
Hugo, por su padre, Don Javier, la causa de involucrarse en política.
Pero no era solo por el sentido de familia, también se había
adherido completamente al deseo de su padre de aliviar a los que
sufrían.
El
cielo no es un sueño dulce (¡cosa que no interesaba a María Teresa
en absoluto!) sino un mundo de relaciones, un mundo donde nos amemos,
donde todos tengamos relaciones de paz y de unidad.
Estos eran los objetivos a los que aspiraba la infanta.
Lo hemos escuchado al comienzo de la celebración.
Ella
quería eso para su familia. Ella quería eso para España. Ella lo
quería para todos.
Por
lo tanto, recemos para que María Teresa encuentre en la eternidad a
su padre y a su hermano a quienes amaba y admiraba tanto. De hecho,
como proclama el evangelio,
un
pueblo entero está llamado a vivir de nuevo. La infanta María
Teresa era una luchadora.
Siguiendo
su ejemplo, ¡luchemos contra el virus como ella! Pero también
luchemos contra nuestra debilidad, nuestro egoísmo, nuestros
acomodos, nuestra falta de fe en el poder divino, nuestra falta de
compromisos para con los más frágiles y con aquellos que están más
cerca de nosotros. ¡Y convirtámonos!
En
lugar de vivir para nosotros, cosa que la Infanta nunca hizo,
¡vivamos para el Señor! Así entraremos en esta gran liturgia
celestial que nos muestra la lectura de la carta a los romanos:
“Toda
lengua proclamará la alabanza de Dios”.
¡Que
la infanta María Teresa sea acogida en el Reino de Dios por todo su
compromiso al servicio de los demás! Amén.
La infanta María de las Nieves tras le misa celebrada por su hermana doña María Teresa |