Josep M. Sabater
Nosotros, los carlistas, como ningún otro colectivo sabemos diferenciar la distancia que media entre las conductas y las opiniones del pueblo cristiano -de los creyentes- y las actitudes y pronunciamientos de la jerarquía eclesiástica -“el alto clero”- en nuestro caso concreto de la Conferencia Episcopal Española. Tenemos claro que el mensaje evangélico del amor fraterno, la apuesta de Cristo por los humildes, los desheredados, los pobres y los perseguidos, “los que tienen hambre y sed de justicia”, junto con la denuncia de los hipócritas y fariseos, “los sepulcros blanqueados”, no siempre se refleja en los mensajes de los obispos españoles. Los carlistas conocemos como nadie el silencio de la jerarquía eclesiástica, el mirar para otro lado... Sabemos de la connivencia de los obispos con las élites económicas, políticas, mediáticas… Pero también sabemos que las opiniones y las conductas de los dirigentes de la Iglesia española no siempre refleja el sentir de una gran parte del pueblo cristiano, de los creyentes de base, de todos aquellos que creen en el mensaje de Cristo y viven, o intentan vivir, en los valores evangélicos de la honradez y la solidaridad.
Hace escasos meses, nosotros, los carlistas, sufrimos en nuestras propias carnes la arbitrariedad de la jerarquía eclesiástica. Fieles a la tradición secular de la jura de “els Furs” del pueblo valenciano por los reyes de la casa de Valencia, interrumpida por el centralismo jacobino, se programó renovar y actualizar aquel ritual en el mismo lugar, la Catedral de la ciudad de València, y con la misma fórmula protocolaria que se estableció durante los siglos de vigencia foral. Esta solemne y austera ceremonia la iba realizar el titular de la Dinastía, Don Carlos Javier de Borbón-Parma, en la capilla del Santo Grial de la Seo valentina. De todos es conocida la prohibición del acto por parte del cardenal Cañizares, arzobispo de València, o en su defecto por el cabildo catedralicio. Aquella injusta interdicción no surtió ningún efecto, y más bien sirvió para publicitar y amplificar el acto de la Jura. Todos cuantos asistimos y participamos en la celebración ecuménica de aquella Eucaristía -la inmensa mayoría creyentes- no solo reprobamos la prohibición de monseñor Cañizares, además seguimos adelante con el ritual de la jura, una vez que los celebrantes se retiraron del recinto. Nadie, ni uno solo de los asistentes a la misa se ausentó de la capilla cuando dio comienzo la transgresora ceremonia del juramento. Todos los congregados fuimos testigos del compromiso de Don Carlos Javier con las libertades del pueblo valenciano, y por tres veces lo aclamamos como Rey de Valencia. Aquella arbitraria y absurda decisión de la jerarquía eclesiástica fue ignorada y desobedecida. Por nuestra parte no hubo ni arrogancia ni provocación, solo nuestro derecho, como valencianos, carlistas y creyentes, de cumplir con decisión, pero respetuosamente, con nuestro compromiso y ser fieles a nuestros ideales.
El pasado 4 de agosto se hacía público un comunicado de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española. “Ante la noticia de la salida de España de S.M. D. Juan Carlos I, quiere expresar el respeto por su decisión y el reconocimiento por su decisiva contribución a la democracia y a la concordia entre los españoles. También quiere manifestar su adhesión y agradecimiento al actual Rey por el fiel cumplimiento de los principios constitucionales y su contribución a la convivencia y bien común de todos los españoles”. Nada que decir sobre la corrupción, la evasión de capitales, el enriquecimiento ilícito y el fraude fiscal; y el derroche, el lujo desmedido y la depravación moral -para la conciencia de un cristiano- del “emérito”.
Tras la lectura de este comunicado de los obispos, en plena y total sintonía con otros comunicados similares hechos públicos por los herederos políticos del franquismo, se puede entender la prohibición, por parte de la jerarquía eclesiástica valenciana, de la jura de “els Furs” por Don Carlos Javier de Borbón-Parma.
El Papa Francisco, en noviembre de 2013 y durante una misa que celebró ante una treintena de personas, señaló en la homilía: “la corrupción es un pecado grave y una pendiente resbaladiza en que la gente podrida se hunde cada vez más. La doble vida de un cristiano hace mucho daño, mucho daño. Al cristiano de doble vida que dice “¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en mi bolsillo y hago donativos a la Iglesia”. Pero con la otra mano roba al Estado o a los pobres… ¡roba! Y merece -lo dice Jesús, no lo digo yo- que le aten al cuello una rueda de molino y lo echen al mar. Jesús no habla de perdón aquí. Pecadores lo somos todos, pero en cambio no podemos ser corruptos. El corrupto intenta engañar, y donde hay engaño no está el espíritu de Dios”. El mensaje del Pontífice está bien claro: al pecador arrepentido se le debe perdonar, al corrupto no. Y mucho más cuando se proclama cristiano para encubrir la corrupción, el fraude y la injusticia.
Todavía no está confirmada oficialmente, pero a primeros del próximo mes de octubre, el Papa Francisco hará pública la tercera encíclica de su pontificado. Está basada en la crisis provocada por el coronavirus. La denuncia de la desigualdad social, el hambre, el aumento de la brecha entre los más ricos y los más pobres y el drama de la guerra y los refugiados, serán tratados a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Para la redacción de este documento, escrito personalmente por el Santo Padre, se han recabado las opiniones de líderes sociales y de dirigentes religiosos. Los carlistas, como colectivo político integrado mayoritariamente -pero no exclusivamente- por creyentes comprometidos, tenemos la obligación y el deber de hacer llegar al Papa Francisco, con veneración, humildad y respeto, nuestro análisis y nuestras propuestas. Estamos a tiempo.