“Negras
tormentas agitan los aires
Nubes
oscuras nos impiden ver.
Aunque
nos espere el dolor y la muerte contra el enemigo nos llama el
deber.”
No
es originariamente un deber ético, es una necesidad vital,
económica, es la constatación de uno como ser social y no asocial.
El
enemigo es el sufrimiento, la enfermedad individual o social, todo
despotismo, el sistema dominado por el capital, el sistema que tiene
como moral el descontrolado ánimo de lucro, la guerra de egoísmos,
la ley de la selva disfrazada de orden social.
Los
tremendos hechos de estos días son parte de un devenir histórico,
una dialéctica de las formas de producción, cambios en la
infraestructura que producen cambios en los sistemas de vida
individual y social, cambios culturales y políticos.
Cambios
que desbordan los planteamientos rígidos, inmutables, pétreamente
ortodoxos. Aprovechar las lecciones del pasado y las aportaciones
teóricas, pero no idolatradas.
No
sirven islas de profetas, maestros sublimes y puros, clamando en el
desierto de la autoadoración en trance de quedar al margen de la
realidad, convertidos en caciques de sectas o reclutadores de carne
de cañón hacia la nada o los enfrentamientos entre compañeros,
sectas, despotismo ilustrado, nuevas oligarquías. Popecillos
espatuxando por ser popes o peor que ellos, los truhanes mafiosos
predicando patriotismo, moral o revolución.
La
lucha, pues lucha es ineludible para sustituir la dictadura del
egoísmo y generalizar el predominio del interés general, ha de
realizarse dentro de la sociedad, al lado de los necesitados y no de
los privilegiados. En esta tarea surgen y surgirán problemas
teóricos y prácticos para cuya solución son insuficientes las
formulaciones teóricas surgidas en realidades pasadas.
Por
ejemplo, la cuestión de si existe un interés general cuando es
innegable la rivalidad de intereses.
O
la cuestión del bien común, dadas las luchas de intereses y la
disparidad de situaciones.
O
la noción de clase trabajadora, redefinible en atención a los
conceptos de economía especulativa y economía real.
O
el aburguesamiento consumista de lo que clásica o proféticamente
era la vanguardia, la clase obrera de la industria pesada, la
construcción, el metal, la minería y la domesticación de los
partidos y sindicatos revolucionarios.
Y,
paralelamente, la desconcienciación no sólo de clase sino también
de sentido de pueblo, gentes renunciando al sentido cívico activo,
considerándose impotentes para modificar lo colectivo sin fe en la
política, encerrados en una rutina consumista en ir viviendo
aculturalmente dentro de los ámbitos familiares, laborales o de
relaciones en quiebra.
O
el elitismo de despreciar, por esas realidades, a los afiliados en
las organizaciones en las que se encuadra la mayoría de la clase
trabajadora organizada, sean o no esas organizaciones servidoras del
sistema establecido, del capitalismo.
O
la quiebra del internacionalismo proletario. Quiebra o
desplazamiento, pues si bien se producen muy indeseables reacciones
que enfrentan a los trabajadores del mundo rico contra los pobres que
malviven en el mayoritario mundo pobre, no se puede ignorar que
dentro del minoritario mundo rico hay, y crecen, bolsas de vida en
miseria o en precario, neoproletariado. Y que dentro del mundo pobre
hay oligarquías que viven, gracias a la fuerza y a la explotación
egoísta de recursos y gentes, muy por encima de la mayoría no ya
sólo de esas bolsas de proletarios del mudo rico, sino también de
las clases medias mayoritarias en el mudo capitalista.
Existe
la posibilidad, probabilidad o irremediabilidad de que ésta y
cualquier otra reflexión que se haga con datos del presente y
proyección hacia lo incierto, se reduzcan a desahogos teorizantes de
ilustradillos y adolezcan de doctrinarismo o tradicionalismo, no el
sentido de aceptar el pasado a beneficio de inventario sino en el
encarrilamiento por esquemas pretéritos, repitiendo errores que
conducen a horrores.
Los
cambios culturales y políticos, acaso en un sentido más socialista
que estatalista, se producirán en cada momento y situación por la
modificación en las condiciones materiales y serán obra no de
aficionados sino de los necesitados, con una verificación desde el
sufrimiento.
Dentro
de esta hipótesis parece muy posible ver que ya hay grandes
alteraciones de factores, esas negras tormentas, y que, a partir de
esos cambios muy bien pudieran suceder mayores cambios, y que, por
evolución o revolución, se produzcan, otros cambios en cuestiones
tales como los sistemas de trabajo, las comunicaciones, el cambio
climático, la degradación de las ciudades, las formas de
organización social y política, las creencias e instituciones
heredadas de una época agrícola, la navegación espacial, las
fuentes de alimentación o energía, la situación del campo, el
desplazamiento del centro de gravedad desde la cultura grecolatina y
anglosajona y desde el Atlántico, actual mediterráneo, hacia el
Pacífico y el Índico, lo cuántico y sus aplicaciones, el derrumbe
de las certezas clásicas, los descubrimientos científicos y avances
tecnológicos multiplicándose en proporción geométrica, el
abandono de clásicos medios de conocimiento, el fracaso de las vías
insurreccionales y del equilibrio liberal burgués y la sustitución
de la paz capitalista por una guerra mundial de ricos contra pobres
con un tercer mundo devolviendo al primero la conquista y explotación
que éste le infligió durante siglos y en esta guerra mundial de
ricos contra pobres, tal vez muy distinta a la clásica guerra
militar, es muy vislumbrable que las clases medias, incluida una gran
parte de los que todavía tengan un trabajo precario o algo que
defender a corto plazo, se pondrán al lado de los más ricos,
incluso sometiéndose a fascismos o cesarismos.
Nada
de esto es certeza. Dadas las condiciones actuales, y las
previsibles, la evolución lógica podrá suceder. Pero también
podría ser que al empobrecimiento globa sucedan olas de revanchismo
vital y tiburonismo asocial. O que se aceleren los acontecimientos y
vayan más rápidos los cambios desbordándose todas las previsiones
y los controles institucionales, acelerando los cambios cuantitativos
y cualitativos. Menos previsible es que permanezcan impasibles esos
cientos de miles de despedidos o arruinados, esos millones de
neomiserables.
Junio
de 2020