Conferencia
de Doña María Teresa de Borbón Parma.
Facultad
de Derecho de la Universitat de València.
29
de junio 2017
(aniversario
de la abolició dels Furs del Regne de València por Felipe de
Borbón)
El
federalismo está de moda. En el mundo político, en el mundo del
periodismo, en las tertulias. Está de moda en Europa y en España.
En Europa, porque está constituida por estados-nación y,
precisamente, el Estado-nación está en crisis. Laminado hacia
arriba, ya que sus ámbitos competenciales pertenecen al ámbito
europeo propiamente dicho. Y laminado por abajo, porque hay presiones
cada vez mayores para que se resuelvan sus problemas a un nivel más
local.
El
Estado-nación se ha dicho que es demasiado pequeño para proteger a
los ciudadanos, y demasiado grande para escucharlos. Europa, que
tiene como única base unos tratados que hay que revisar
constantemente, necesita una Constitución que organice su estructura
federal. En España, enfrentada a una situación tensa por las
presiones centrífugas, aparece el federalismo como una salida. Hay
en ambos casos apetencia federalista, y eso es importante. Pero el
federalismo no es una receta cosmética, es una realidad
jurídico-política que hay que abordar desde la vertiente
socio-política e histórica. Y así nos podemos asomar a su futuro
como, entre otros, lo vemos los carlistas, y así, solamente así, el
federalismo puede ser una esperanza.
La
definición del federalismo es breve. Hay federalismo si hay un
conjunto de comunidades políticas que coexisten, colaboran e
interactúan como entidades autónomas en un orden común que, por
supuesto, mantienen su autonomía propia. El profesor Juan Cruz Alli
lo define así: “los pueblos y sus tradiciones no pueden estar
diluidos en un Estado que les aparece como una superestructura
asfixiante”. Al contrario, siguiendo el concepto de la
subsidiariedad deben de ser respetadas sus vivencias culturales en un
adecuado ámbito de decisión política y económica.
Son
definiciones breves pero que cubren una realidad socioeconómica muy
compleja y una historia todavía más compleja que tenemos que
abordar a continuación. Personalmente, me gusta la definición de
Juan Cruz Alli porque contempla la dicotomía nación-Estado, la
nación es el alma de un pueblo, sus costumbres, tradiciones,
recuerdos, mitos, aspiraciones, su saga, su mística; el Estado, su
necesaria estructura socio-política y económica. A lo largo de la
historia se ha demostrado el peligro de que el estado pisotee los
rasgos característicos de la nación, o lo que es lo mismo, los
utilice de manera perversa al servicio de una ideología
totalitaria.
Se
acaba de reeditar un libro del fundador de la sociología moderna,
Émile Durkheim. En ese libro se estudia críticamente la ideología
del alemán Heinrich
von Treitschke, padre
del nacionalismo germánico. Treitschke
justifica el dominio absoluto del Estado sobre la nación y la
sociedad civil con una frase lapidaria: “Der Staat ist Macht” (el
Estado es poder). El Estado es fuerza por encima de la moral, y
añade: “hace falta que la moral sea más política, para que la
política sea más moral”. Es decir, es necesario que la moral
acepte todas las excusas de la política, incluso todas las falsas
excusas. A esto, Jacques Maritain contesta que “la vida política y
social transcurre en un mundo de la existencia y de la contingencia,
no de las puras esencias, es un mundo de fuerzas concretas cargadas
de humanidad, porque actúan con el peso de la contingencia y de la
fatalidad y que la política debe medir en su signo existencial”.
Vemos
así que la relación entre el Estado y la nación es compleja,
porque encubre la problemática democrática de la representación y
de la participación. Para que un pueblo acepte una organización
política que enmarque su realidad histórico-política, para que se
tengan presente sus contingencias, es necesario pues un vínculo
psicológico intangible que le permite reconocerse a sí mismo,
reconocer sus estructuras culturales, con la finalidad de aceptar el
futuro. Es un elemento sentimental insustituible, es la querencia a
la que he aludido antes, cuando he hablado de “respetar las
vivencias culturales de los pueblos”.
Vamos
a ver la historia de esa querencia, por ejemplo, el caso de Alemania.
Después de la Primera Guerra Mundial, Francia intenta
desesperadamente que Alemania vuelva a la estructura anterior a la
unificación prusiana para evitar precisamente su beligerancia y no
lo logró. Después de la Segunda Guerra Mundial sí que lo
consiguió, no con la vuelta a una estructura pre-federal, pero sí
con el federalismo. Y fue exitoso, porque en ese caso estaba
satisfecha la acomodación de Alemania con su pasado, y
simultáneamente, la voluntad de ser una organización moderna, por
esta razón se produjo el éxito. Permitió evitar la beligerancia
que había caracterizado Alemania y, sobre todo, impulsó su
reconstrucción después del desastre del fin de la guerra. El
federalismo fue un éxito, incluso se puede decir de algún modo que
Alemania es la nación, en muchos casos, más exitosa de Europa.
Suiza no es el país más divertido de Europa, pero hay que reconocer
que es un país exitoso al máximo, es el lugar donde hay un mayor
respeto por la naturaleza, donde hay una mayor convivencia
democrática y con una garantía de paz de carácter secular. Bueno,
realmente es interesante el modelo helvético, no digo como modelo
absoluto, cada uno tenemos nuestras propias tradiciones. Pero Suiza
es admirable por su sistema político, democrático, administrativo y
judicial, con el cual ha logrado realmente un equilibrio admirable.
En
España tenemos nuestras propias tradiciones, tenemos una memoria
histórica en Cataluña, Valencia, de constituciones antiguas, de
concejos locales, de federalismo práctico y de tradición
participativa. El sistema pactista en Cataluña, Aragón, Valencia,
según el profesor Ferrán Toledano, representa su cultura
político-constitucional, son las “estructuras de la tierra”: la
Generalitat, los Concejos… ¿Dónde está hoy la querencia de
España a la que he aludido antes? A partir del siglo XIX el carlismo
será su campeón absoluto (volveré a esto más tarde), pero tengo
también que citar la breve experiencia de la II República, con sus
autores socialistas (Fernando de los Ríos, Araquistaín, Besteiro…)
y, en una época más cercana, la historia de la pre-transición
democrática, que es nuestra historia inmediata. Allí se pudo pulsar
la inclinación federalista en vivo. Entonces las fuerzas vivas de
los pueblos, de los barrios, se ve unían
por
nacionalidades en Cataluña, Valencia, Euskal Herria… en todas se
puso en marcha una opción que se ha caracterizado como patriotismo
federal y que fue desbaratada por fuerzas supra territoriales.
Personalmente,
en mis andanzas posteriores por Europa, con el
Frente
Exterior
del
Carlismo, cuantas veces he oído: “españoles, no intentar inventar
otra forma política, no intentar abrir otra forma de federalismo,
seguid nuestra norma europea”. Y así fue. No sé si se hubieran
podido inventar otras formas, lo queríamos, pero hubo presiones muy
fuertes para que no fuese así. Ahora sí, hay que reconocer que hubo
un intento de acercamiento a la idea federal con el estado autonómico
consagrado en la Constitución de 1978, vigente hasta ahora, que se
ha caracterizado como “Estado centralista regionalizado” o
“Estado polícentrico”. El estado es unitario por la superioridad
de los intereses generales cuya titularidad corresponde a órganos
centrales. Y es plural por el autogobierno potencialmente
diferenciado de los intereses políticos que la propia Constitución
y los Estatutos autonómicos le reconocen. Además pretende respetar
el derecho de foralidad con una frase lapidaria. “allí donde
existan”
No
obstante, la España autonómica no es una federación, no tiene sus
características, por tanto, no ostenta sus ventajas. En una
federación, cada nación determina libremente las relaciones que
tiene con el resto de los pueblos que integran el Estado, y así la
vinculación es fuerte. En la España actual, la autonomía no es un
principio de soberanía y no permite oponerse a la unidad, así no
participa directamente en la voluntad estatal. Además, eso lo
reconocen todos, hay una laminación constante de las competencias
autonómicas, por parte de la administración central, día a día lo
vemos. Y de esta manera, ¿cómo podríamos ver el futuro?
En
clave valenciana, voy a citar a algunos autores e intelectuales
valencianos. J. A. Martínez Seguí habla de la huella historia,
habla de Frederic Furiol Ceriol y de la tradición imperial aragonesa
de sentido federal, según la cual cada territorio tenía su
estructura propia, sus leyes y fueros. De este modo, actualmente,
frente al centralismo agresivo, al independentismo, al regionalismo
sucursalista, propone el valencianismo cívico que asuma y depure el
legado de Joan Fuster, apoyado en la identidad histórica y la
voluntad democrática. Xavier Ribera habla de un escalofriante
encefalograma colectivo aterrador y propone la recuperación de la
personalidad histórica: Valencia en Europa no tiene que ser
solamente vendedora de naranjas, es otra cosa, tiene que dar a
conocer su lengua, cultura, historia, tiene que participar de algún
modo en la gobernanza europea, y para esto hay que valorar la paz
democrática que ha deparado Europa, los progresos socioeconómicos.
Ahora que en Europa existe un populismo negativo, yo creo que es
importante poner en valor la ética y el humanismo que han
caracterizado la cultura europea, por la fusión de las culturas de
los distintos países de Europa. Xavier Ribera no quiere un
pancatalanismo, ni un anticatalanismo, sino un valencianismo plural.
En
cuanto a los carlistas, podemos decir que frente a esa querencia un
poco vaga, a la que he aludido, nosotros tenemos una querencia muy
concreta. Opino que somos los únicos o los mayores poseedores de ese
vínculo psicológico intangible al que he aludido antes. En medio de
los que claman por el federalismo, somos los únicos que hemos
protagonizado guerras a su favor, que hemos llevado una lucha
pedagógica con nuestros intelectuales, nuestros militantes, nuestro
pueblo, para explicar, para pensar el federalismo. Las naciones
culturales vasca, catalana, gallega, valenciana… forman parte de
la nación cultural carlista. Además, hemos experimentado el
federalismo durante el reinado de Carlos VII en una parte de España,
también, por ejemplo, con la fundación de la Universidad de Oñate,
en la lengua de Euskal Herria, el euskera. Antes he comentado en
nuestra historia inmediata la lucha democrática, pues hemos sido
partícipes de esta lucha democrática de manera muy peculiar y, al
mismo tiempo, nuestro partido ha revivido propuestas fieles a su
pasado tradicional de autogestión económica y territorial. Por
tanto, teníamos una razón para poder ser escuchados por el pueblo
español. Hacia el futuro queremos utilizar todos los recursos que
brinda la modernidad para facilitar la comunicación entre
gobernantes y gobernados, un poco al modo de la democracia que tiene
lugar en el Norte de Alemania. También para favorecer la
transversalidad entre Estados Federales. También tenemos interés en
que las Cámaras que representan a los Estados no sean solamente
políticas, que haya una cámara económica y una cámara cultural,
particularmente interesante en España por su realidad
plurilinguística.
El
autogobierno territorial arranca del municipio y se eleva hacia el
Estado. Creo que el Carlismo tiene una gracia especial para pilotar
la dicotomía entre Estado y nación a la que me he referido antes,
como también para actualizar la aspiración pactista frente al
concepto que se llama de “democracia absolutista” que no quiere
contemplar el federalismo,
porque aduce que el federalismo divide al poder.
Hay
algo a lo que estaremos siempre muy atentos los carlistas: que el
pueblo de los distintos estados no pierda su protagonismo. Nos
preocupa la homogeneidad de los valores. En las estructuras federales
se vela porque entre los distintos estados federales haya valores que
sean iguales. Por ejemplo, en Europa, la igualdad de sexo, la
igualdad de creencias religiosas que no entren en el ámbito de la
gobernanza. Pero esos valores comunes a veces pueden ser vulnerados
y hay casos, ahora por ejemplo lo vemos con Hungría o con Polonia,
donde están vulnerados o casi vulnerados. Entonces es muy útil el
recurso jurídico a la propia base para que reclame el dictamen de la
homogeneidad de valores. Los carlistas siempre estaremos a favor de
esa posibilidad, de la homogeneidad de los valores, por parte de los
pueblos de los estados federados.
Naturalmente
el federalismo reclamará una nueva Constitución, un nuevo juego de
interdependencia entre los Estados de las Españas. Los carlistas
siempre hemos hablado de las Españas y ahora queremos que sean
Estados Federados dentro de un marco de democracia participativa en
lo político, en lo económico hasta incluso en lo energético, para
que renazca el entusiasmo de la pre-tradición democrática. Tenemos
que rehacer un nuevo tejido de relaciones internas, pero también una
participación de los Estados Federados en su relación con Europa.
Este punto es de vital importancia en la medida en que estaremos cada
vez más integrados y es natural que los Estados Federados hagan oír
su voz en este ámbito. El federalismo es, en definitiva, la solución
para las Españas y para Europa. Nosotros, los carlistas, no
queremos ser los únicos depositarios del futuro federalismo. Todo lo
contrario, anhelamos compartirlo con otros, porque es la única vía
para que vivan juntos y beban del mismo río que conduce al futuro
todas las Españas, todos los españoles.
(*)
VV.AA. (2019). Els
valencians, poble d’Europa. L’horitzó federal.
Coordinadores: Joan Alfred Martínez i Seguí, August Monzó i Arazo,
Francisco Javier Palao Gil. Catedrà
de Dret Foral Valencià. Universitat de València, pp- 328-325.