jueves, 19 de marzo de 2020

CRISIS SANITARIA, CRISIS INSTITUCIOLNAL: CUANDO EL SISTEMA SE TAMBALEA


Autor: Josep M. Sabater

La sociedad española está padeciendo en estos momentos dos crisis que se solapan, de magnitudes desconocidas, desarrollo incierto y final imprevisible. La pandemia del coronavirus es, no cabe duda y como debe de ser, la preocupación fundamental: la salud y la supervivencia de nuestras familias y de nosotros mismos ha adquirido un valor fundamental. Protegernos y resistir es un reto personal y social, el resto de problemas pasa a un segundo plano.

En estos momentos, el civismo, la solidaridad y la responsabilidad son las conductas que nos deben de guiar a los ciudadanos. No se trata solo de nuestra salud personal, se trata de la salud colectiva: tendremos más posibilidades de sobrevivir si el contagio y la mortalidad se atajan. Hay que limitar la propagación del virus con medidas preventivas que todos debemos observar. Y facilitar una asistencia médica y hospitalaria digna a los enfermos más graves y evitar al máximo la mortalidad, potenciando un sistema sanitario organizado cientifícamente, dotado de medios y sin discriminación de clases. 


Y manteniendo, además, los servicios mínimos necesarios para la resistencia ciudadana: desde el abastecimiento de los productos básicos hasta el suministro de recursos energéticos. Sin olvidar el impacto económico que la epidemia está teniendo en los sectores más desfavorecidos de la sociedad: pérdida de puestos de trabajo, falta de recursos en algunas familias para hacer frente a los gastos corrientes (hipotecas, recibos, impuestos,…), paralización de las pequeñas empresas, etc. Habrá que estar muy atentos y vigilantes para que la factura económica y social de la pandemia no recaiga en las clases populares.

¿Han estado el Gobierno central y los gobiernos autonómicos a la altura de la gravedad de la crisis? Sin entrar a valorar el acierto o no de las medidas concretas, porque es complicado tomar las decisiones acertadas cuando, en gran parte, nos ha pillado sin la información previa necesaria. Han primado los intereses egoístas nacionales y, también, los personales de la clase política y ha habido, y sigue habiendo, una falta de coraje y de audacia. La Unión Europea ha sido incapaz de articular una política sanitaria para el conjunto de la Comunidad. Y el Gobierno central, recurriendo al estado de alerta, ha perdido las formas con los gobiernos autonómicos: se ha primado el principio de autoridad sobre la colaboración y la coordinación necesarias. La ausencia de referencia ética en algunos líderes políticos ha rozado la inmoralidad: la huída al refugio dorado de José María Aznar o la insensatez de Pablo Iglesias al saltarse la cuarentena.

Cuando se supere la pandemia tendremos que realizar un análisis exhaustivo de las medidas y decisiones tomadas. La crisis ha sido de tal envergadura que no se podrá pasar página. Habrá que pedir explicaciones y exigir responsabilidades, los valores de una sociedad democrática las demandaran.

A la grave crisis sanitaria se ha solapado una crisis institucional que afecta a las bases fundamentales del régimen de la Constitución del 78. La Jefatura del Estado, la monarquía franquista, institución sobre la que pivota el sistema, se ha destapado ya públicamente que está asentada sobre la corrupción. Es tal el grado de deterioro político de la familia de la Zarzuela que José Antonio Zarzalejos, ex director del diario ABC y nada sospechosos de veleidades republicanas, le ha pedido a don Juan Carlos que se autoexilie, como lo hicieron en su momento su abuelo y su padre. Se está pretendiendo aislar a don Felipe de Borbón del escándalo, pero su silencio cómplice y su implicación dinástica, y no solo familiar, es incuestionable: aparecen él y su heredera como beneficiarios de sumas millonarias ilícitas. Pretender separar la institución monárquica de la familia que la ostenta, como pretende el diario El País, es disparatado: la persona del rey es la propia institución, y más siendo el heredero del general Franco.

Sería también un grave error limitar la responsabilidad de los hechos a la dinastía liberal y franquista. Una gran parte de la clase política y la monarquía vigente navegan en el mismo barco, se apoyan mutuamente. Hace escasos días los grupos políticos “constitucionalistas” -¡qué casualidad!- impedían en el Congreso de los Diputados la creación de una comisión parlamentaria para investigar las cuentas bancarias opacas de don Juan Carlos. Y ahora hay que recordar que ha sido un fiscal de Suiza –el refugio financiero más rancio del capitalismo más salvaje- quien ha destapado el caso. El sistema del 78 ha cerrado filas para defender el entramado institucional. La gran mayoría de los más influyentes medios de comunicación y los partidos políticos “españolistas” -espejo de virtudes patrióticas- no pueden permitir que se desmorone el entramado: ellos también podían ser arrastrados por la caída del régimen surgido de la Transición . Aunque, ¿tal vez?, ya se está preparando el recambio.

Y, como carlistas, ¿tenemos algo que aportar a esta doble crisis? Fundamentalmente debemos comportamos con civismo, cumplir las normativas sanitarias y de higiene que los organismos sanitarios recomiendan. Ayudar a nuestros compatriotas y vecinos en la medida que sea posible. Rechazar alarmismos, bulos y soluciones mesiánicas, y anteponer la salud a cualquier otra medida. Pero exigir solidaridad y medidas sociales para los más desprotegidos: si es necesario todos los recursos privados, del tipo que fuere, deberán ponerse al servicio de la colectividad.

Y, políticamente, demandar comportamientos éticos, morales y de respeto a la convivencia democrática. La familia Borbón-Parma, con Don Carlos Javier al frente como jefe de la Dinastía, debe de continuar siendo nuestra referencia de valores y de compromiso. Cuando la crisis sanitaria pase, será el tiempo de exigir responsabilidades, presentar nuestra propuestas y colaborar en la creación de nuevos consensos verdaderamente democráticos.