Josep Miralles Climent
El pasado 27 de octubre, Alberto Soldado escribía en Levante-EMV un interesante artículo con el título “Esclavos del escaño”. Frente a los políticos institucionales actuales, ponía como ejemplo a seguir por su coherencia al carlista Vázquez de Mella a quien ciertos políticos de hoy, por ignorancia, mala fe o mala conciencia, retiraron su nombre a una plaza de Madrid. Dice también que “su visión de España era profundamente descentralizadora y proponía una monarquía social, cristiana y federal. Sobre las lenguas regionales las defendía en el sistema educativo y clamaba contra la imposición del castellano para ahogar las lenguas maternas de la España diversa.”
Sin embargo, Alberto Soldado, sin duda influido por el pensamiento único actual, insinuaba lo equivocado que estaba Vázquez de Mella tal “como la historia ha demostrado” -dice-, y lo asociaba “a lo más rancio del carlismo”, a la “tradición antiliberal” y a la “carcundia”, remarcando su “repudio al régimen parlamentario”.
Pues bien, en un trabajo de investigación que realizamos el historiador Manuel Martorell Pérez y yo, publicado por la UJI en 2015, (/http://repositori.uji.es/xmlui/handle/10234/172579) con el título “El concepto de democracia en el carlismo” hacíamos una amplia reseña del pensamiento de Vázquez de Mella, un parlamentario tradicionalista fruto de su tiempo -época de la Restauración-, que nació en 1921 y murió en 1928.
Por lo que se refiere a las alabanzas que Alberto Soldado hace de Mella, considero que se queda corto y creo que yerra en sus calificaciones despectivas. Veamos:
En sus textos e intervenciones parlamentarias -y también en sus discursos fuera del hemiciclo-, Vázquez de Mella defendía una democracia directa tal como la que propugnaban los padres del anarquismo Rousseau y Proudhon, que, para él, sería la única y consecuente –la única lógica, dice Mella–, ya que considera una burla la delegación del ejercicio del poder que hace la colectividad a través de la representación parlamentaria. Es uno de los temas socorridos con los que Mella afronta las críticas que le llueven por no aceptar el sistema electoral y la representación de los partidos en el Parlamento de los tiempos de la Restauración. Además de defensor de las distintas lenguas de las Españas y del federalismo -como muy bien recuerda Alberto Soldado en su artículo-, proponía también cuestiones tales como el sufragio a las mujeres; el mandato imperativo no de los partidos, sino de los electores; la incompatibilidad de cargos de los políticos y revocabilidad de los representantes elegidos. Se quejó repetidas veces de que el Gobierno y sus ministros estuviesen amparados por la inmunidad que les otorgaba su cargo, lo que resultaba de ello una situación que se atreve a calificar de régimen oligárquico y absolutista. Respecto al monarca, ya en 1895, mantiene el axioma de que “no son los pueblos para los reyes, sino los reyes para los pueblos”, por eso se queja más delante de la inoperancia del jefe del Estado, y, a diferencia del blindaje del que goza hoy, abogaba por que el rey fuese imputable.
Defiende el principio de subsidiariedad, -a través de una “jerarquía ascendente” opuesta a “jerarquía descendente”- proponiendo que España sea una “federación de Repúblicas en los municipios” ya que “si la democracia fuera verdad -dice-, tendría que ser democracia directa y no representativa”. Da especial importancia a este tipo de funcionamiento político en los pequeños municipios que, según dice, “deben ser, como en lo antiguo, una asamblea individual y corporativa a la vez”, al estilo de los “concejos abiertos”, siendo completamente independientes.
Sin embargo, reconoce que ese ideal democrático a nivel municipal, lo ve difícilmente realizable a niveles superiores al municipio y, además, la delegación del ejercicio del poder que supone la representación política a través de los partidos o el sufragio universal en su época, suponía la manipulación de un cuerpo electoral mayoritariamente falto de conocimientos para «responder por cuenta propia a cuestiones que no conoce». Y al respecto dice que “cuando se desciende a la hora del sufragio, o lo dan como siervos, o miden el voto por su necesidad y la expresan en moneda, y se quedan con la moneda y venden el voto; el dinero será la voluntad de los ricos, que son los menos, no de los pobres, que son los más.”
En definitiva, Vázquez de Mella a pesar de su “carcundia” defendía posiciones mucho más democráticas que algunos políticos de la actualidad, que son esclavos del escaño. Algunos de estos deberían aprender de la honradez y buenas intenciones de aquél, así como de otros hombres ilustres del pasado. Los modernos se creen que han descubierto el mundo y se sienten tan perfectos que buscan desmarcarse de ellos descalificándolos como reaccionarios y, aunque, como Vázquez de Mella, no hayan conocido el franquismo, les retiran los nombres de las vías públicas como si fueran vulgares partidarios de esa dictadura, mientras se mantienen nombres de políticos corruptos, criminales y espadones, sólo porque eran liberales.