jueves, 29 de octubre de 2020

NECROFILIA Y NECROFOBIA, O LA POLÍTICA ZOMBI

 Autor: Arturo Estébanez

Desde hace unos años se está abriendo paso, entre la literatura juvenil y el cine bélico o de acción, un curioso subgénero que tiene por protagonistas a los zombis, o los famosos "Muertos Vivientes", que popularizara en 1968 George A. Romero con su película, hoy de culto, "la noche de los muertos vivientes". Mientras el subgénero literario consiste en coger una obra clásica como "orgullo y prejuicio" o "el lazarillo de Tormes" y adaptarla para que los personajes secundarios se conviertan en unos muertos vivientes que, poseídos por una feroz hambre antropofágica, intenten devorar a los protagonistas; el subgénero bélico consiste en convertir al enemigo, según y conforme la guerra de la que se trate, en unos zombis que en vez de buscar una victoria militar tratan de merendarse, entiéndase en sentido estricto, a los protagonistas siempre heroicos.

Pues bien, como la realidad siempre suele superar la ficción, no se puede menos que encontrar ciertas similitudes entre este subgénero literario-cinematográfico de muy dudoso gusto y la actividad política que en no pocos casos se desarrolla en nuestro país, desde el poder y desde la oposición, y que empieza a ser digna de ser analizada por psiquiatras y psicólogos, pues denota ciertos traumas no superados que, ocultos en el inconsciente, se manifiestan en el mundo consciente en una forma ilógica de parafilia necrófila o necrófora.

Va a hacer justamente un año que el gobierno del PSOE, presidido por Pedro Sánchez, ordenó sacar el cuerpo de Francisco Franco del Valle de los Caídos y trasladarlo a un cementerio público situado en el municipio de El Pardo, justificando tal decisión como una reparación a las víctimas de un periodo concreto de la Historia de España -el Franquismo- como si otros periodos no menos concretos de esa misma historia no tuvieran también sus víctimas a las que reparar. Por otra parte, hace unas semanas, el grupo parlamentario de VOX en el Ayuntamiento de Madrid se congratulaba de haber logrado que el consistorio madrileño hubiera acordado retirar varias calles y monumentos dedicados a los difuntos políticos socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto, a los que el Secretario General de VOX, Javier Ortega Smith, calificó como "unos auténticos criminales". Hoy, cuando nuestro país afronta decenas de miles de muertos por una epidemia y una crisis económica de difícil comparación con cualquier otra crisis anterior, resulta que ignoramos si alguien habrá caído en la cuenta de si, Franco, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Millán Astray, Alonso Vega, Santiago Carrillo y otros muchos tienen una hecho en común: que están muertos y enterrados, y, sus víctimas, tanto las gravemente ofendidas como las levemente ofendidas, se han extinguido por pura acción de la inexorable ley biológica.

¿Cual es la razón por la que más de ochenta años después de finalizada la guerra civil de 1936 a 1939, y más de cuarenta años después de fallecido el dictador por causas naturales, los personajes de aquella contienda y de aquel régimen estén tan presentes en la actual actividad política? Es de suponer que Freud tendría mucho que decir al respecto, pues parece no existir ni haber existido jamás mayores y mejores ejemplos de la "pulsiones" del Eros y del Tánatos, que forman un nítido modelo psicosexual, donde el secreto deseo del incesto descubierto por el neurólogo austriaco en el ser humano es sustituido, en el caso colectivo español, por una fobia necrófora o por una parafilia necrófila.

Psicoanálisis aparte, la pregunta formulada tiende a ser contestada por los distintos miembros de la casta política española apelando a la supuesta reparación de las víctimas de la Guerra Civil de 1936 a 1939 y del Franquismo, pero, sin entrar a valorar de si se habla de unas víctimas y no de otras, o si el tiempo transcurrido hace que esas víctimas hayan dejado ya de existir, tal explicación suena falsa, extraña y no sincera haciendo que todo parezca una gran farsa en la que el “modus vivendi” de la clase política que se inició con la Constitución de 1978, y que a grosso modo consistía en "yo robo, tu robas y nosotros nos callamos", se ha ampliado a un "yo me cago en tus muertos, tú te cagas en los míos y nosotros seguimos tan amigos cobrando del erario público gracias a nuestros respectivos clubs de fans".

"Francisco Franco fue un asesino", dice la izquierda; "Largo Caballero e Indalecio Prieto fueron unos auténticos criminales", dice la derecha. Pues bien... retamos al mismísimo Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias para que presenten una prueba de que personalmente Francisco Franco puso una pistola en la nuca de alguien y apretó el gatillo e, igualmente, retamos a Javier Ortega Smith y a Santiago Abascal para que presenten alguna prueba de que Largo Caballero e Indalecio Prieto personalmente hicieron eso mismo. Evidentemente, ni unos ni otros pueden presentar tal prueba por el simple hecho de que, a determinadas escalas, la criminalidad siempre se ejerce a través de personas o grupos interpuestos.

Si Franco, Largo Caballero o Indalecio Prieto fueron unos asesinos, no lo fueron porque ellos mismos ejecutasen la acción criminal, sino porque ordenaron o sugirieron a otros, clara o veladamente, que tal acción criminal se llevase a efecto sirviéndose para ello de instituciones u organizaciones que, con nombres concretos, existen y gozan de muy buena salud en nuestro país.

Si Largo Caballero o Indalecio Prieto cometieron crímenes lo hicieron sirviéndose de una organización política aun existente, y llamada Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y si Franco asesinó, a muchos o a pocos, lo hizo a través de unas instituciones y organizaciones que todavía existen en nuestro país, como son la Guardia Civil y el Ejército Español, único ejército del mundo que tiene el dudoso honor de haber traído a la metrópoli tropas mercenarias coloniales para matar y maltratar a sus propios ciudadanos, aunque también el Ejército Francés desplego tropas coloniales en su territorio metropolitano pero fue para maltratar a alemanes durante la ocupación de la cuenca del Ruhr en 1923 y a los españoles internados en los campos de concentración franceses en 1939.

"¡En Alemania no existe ninguna calle que se llame Adolfo Hitler ni ningún monumento al genocida!” claman todos. Sin entrar a considerar el hecho de que la placa de la posible calle fue hecha desaparecer por las tropas aliadas, junto con toda la calle, y la consideración que puedan tener algunos asesinos de masas del III Reich en la Alemania actual, es cierto que Adolfo Hitler no tiene calles dedicadas en ninguna ciudad alemana, pero también es cierto que el NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei) está prohibido en Alemania como prohibidas están las fuerzas militares o policiales implicadas en los asesinatos del III Reich.

En puridad lógica, si se desea resarcir a las víctimas de la Guerra civil y del Franquismo, se debería actuar contra lo vivo que queda de aquel periodo y no contra lo muerto, que ya no daña a nadie. Así, podríamos sugerir al gobierno que preside Pedro Sánchez que para resarcir moralmente a las víctimas de ese periodo histórico, disolviera a la Guardia Civil, en vez de celebrar el centenario de la fundación de la Legión por Millán Astray y, ¿por qué no?, hiciera públicos los nombres de los confidentes de la Brigada Político Social; e igualmente sugerimos al señor Ortega Smith que, además de celebrar el derribo de las placas de las calles Largo Caballero e Indalecio Prieto, presente en la Audiencia Nacional una querella contra el PSOE por presunta organización criminal utilizando para ello los numerosos hechos objetivos recopilados en la llamada "Causa General" depositada en la Fiscalía General del Estado (si es que no la han hecho desaparecer) y en la que, por cierto, aparece el nombre de un muy conocido policía durante los primeros años de la Transición relacionado con la detención de las llamas "Trece Rosas". Pero claro, en el primer caso unos tienen arsenales y en el segundo supuesto tal vez le supusiera una meliflua bofetada al caballista de perfilada barba.

En el fondo, y no muy en el fondo, la constante presencia de la Guerra Civil de 1936 a 1939 y del Franquismo en la política actual no busca reparar a nadie, sino que es el recurso desesperado de una casta política desesperada que nada tiene que decir ni que aportar y que, siendo incapaz de hacer frente con alguna inteligencia los graves problemas que afectan al país, prefiere hacer una política de zombis reviviendo a los muertos en vez de desarrollar una política dirigida a los vivos para evitar que mueran.