Autor: Joaquim Bosch
Imagen de la concentración del miércoles en la calle Núñez de Balboa. / Europa Press |
Igual que el barrio de Salamanca no podía ser bombardeado, tampoco podían ser cuestionadas las prerrogativas de nuestras élites económicas. Ni en la dictadura, ni con posterioridad
Ser rico debe ser muy duro para la supervivencia. Y más cuando se
reside en el barrio de Salamanca de Madrid, con un precio medio por
vivienda de un millón de euros y unos niveles de renta que se
encuentran entre los más elevados del país. ¿De qué sirve tener
un montón de dinero si no puedes salir a gastarlo? ¿Cómo se
atreven a decretar un estado de alarma que impide ir a exhibirse al
club de campo? ¿Acaso la libertad de los elegidos no consiste en
poder ignorar a las autoridades sanitarias? La protesta de la calle
Núñez de Balboa está llena de contrastes y de historia.
Durante la guerra los aviones franquistas arrasaron buena parte de
los distritos de Madrid, pero recibieron órdenes expresas de no
bombardear el barrio de Salamanca. Así, los acaudalados que habían
respaldado y financiado el golpe militar pudieron regresar a sus
inmuebles intactos, mientras el resto de la ciudad tuvo que afrontar
una muy ardua reconstrucción. También en los bombardeos se pueden
manifestar diferencias de clase social.
Ese apoyo de los más ricos al dictador fue generosamente
recompensado con todo tipo de prebendas, adjudicaciones, concesiones
y chanchullos, en el marco de la corrupción estructural del régimen.
Era prácticamente imposible consolidar una fortuna sin el
beneplácito de los gobernantes. Tras la muerte de Franco, la
Transición implicó una apertura en lo político, que posibilitó la
entrada en las instituciones de partidos democráticos. En cambio, la
continuidad de las élites económicas fue absoluta, más allá de
permitir algunas incorporaciones interesadas para mantener su
influencia, a través del mecanismo de las puertas giratorias.
Igual que el barrio de Salamanca no podía ser bombardeado, tampoco
podían ser cuestionadas las prerrogativas de nuestras élites
económicas. Ni en la dictadura, ni con posterioridad. Por eso se
mantuvo esencialmente una estructura tributaria que en la práctica
supone que las grandes empresas y las grandes fortunas del país
apenas paguen impuestos, a diferencia de sus equivalentes en los
principales países europeos. Como ya anticipara Antonio Machado, la
mentalidad del señorito en España está vinculada a considerar que
la patria son sus intereses y no el bienestar de todas las personas.
El egoísmo de clase, la falta de liderazgo moral y la ausencia de
empatía hacia los distintos sectores sociales se ha evidenciado
sobre todo en situaciones difíciles. Lo pudimos observar durante la
última crisis económica, cuando se incrementaron las mayores
fortunas del país, aumentaron enormemente las desigualdades sociales
y surgieron amplias bolsas de pobreza extrema. Ahora mismo nos
encontramos de nuevo en un momento muy delicado, ante el impacto
económico de esta pandemia. Habremos de decidir cómo repartimos las
cargas, sacrificios y privaciones. Y el gran misterio estriba en si
alguien se atreverá por fin a poner el cascabel al gato de nuestras
minorías más acomodadas.
Ese es el contexto de las protestas del barrio de Salamanca. Hay
demasiadas ventajas que conservar. Desde mi respeto al derecho de
manifestación, incluso en estado de alarma (si se adoptan las
medidas de protección adecuadas), no puede sorprender que gran parte
de la sociedad haya percibido algo más que una mera revuelta
callejera. No puede sorprender que haya percibido insolidaridad,
clasismo, prepotencia, frivolidad irresponsable, carencia de valores
comunitarios, soberbia de casta intocable o desprecio por las normas
sanitarias. No puede sorprender que haya percibido ese sentimiento
arrogante de quienes se creen por encima de las leyes y del sentido
común. Es demasiado impactante la comparación con el valeroso
esfuerzo de nuestro personal sanitario para salvar vidas y de tantas
otras personas que se están dejando la piel en sus actividades
laborales.
Nos lo podemos tomar con humor. Esas algaradas presentan aspectos
absurdos, ridículos o surrealistas. Pero nos equivocaremos si no
captamos su profundo significado simbólico: la calle Núñez de
Balboa es solo la avanzadilla y pronto presenciaremos un despliegue
infinitamente superior. Está en juego si nuestras élites económicas
amarran o no sus privilegios. El conflicto puede ser muy intenso,
porque la experiencia les ha enseñado que la mejor defensa es un
buen ataque. Y el áspero debate colectivo que se avecina no será
ninguna diversión.
Al empezar una actuación memorable, John Lennon dijo con sorna que
quienes ocupaban los asientos más baratos podían aplaudir y los que
estaban en los palcos podían hacer sonar sus joyas. En el barrio de
Salamanca han seguido ese espíritu y han irrumpido en la vía
pública con la cubertería de plata, los palos de golf y el atuendo
pijo algo desfasado. Exigen libertad para ir a comprar a sus tiendas
selectas. Es una regla humana que nadie renuncia a sus privilegios
sin oponer resistencia.