jueves, 30 de abril de 2020

#OasisArgitu

Óscar Gómez Mera
El pasado día 10 de febrero, cuatro días después del desprendimiento del vertedero de Zaldibar, me grabaron una pequeña entrevista que se iba a emitir un par de horas después en Radio Euskadi. Querían conocer la opinión de un padre que lleva a la mayor de sus hijas al colegio San Lorenzo de Ermua, colegio que está enfrente del vertedero. Se había corrido la voz de que algunas madres y padres no íbamos a llevar ese día al colegio a nuestras hijas e hijos hasta conocer qué estaba pasando en el vertedero de Eitzaga.

Como he dicho, me grabaron una entrevista telefónica de apenas un par de minutos de duración para emitirla luego en diferido. Lo emitido apenas fueron 10 o 15 segundos. Justo ayer mismo, me vino a la memoria una de las preguntas que me hizo el entrevistador. Ante mi negativa a llevar a la mayor de mis hijas al colegio, me preguntó: Pero entonces, ¿vais a estar en casa encerrados? Mi respuesta fue: Pues sí, de momento prefiero que mi hija esté en casa unos días hasta que todo esto se aclare un poco. La pregunta me la formuló con cierta ironía. Como diciendo, venga chaval, no vas a sacar a tu hija a la calle porque hay un vertedero a pocos metros de tu casa ardiendo y desprendiendo un poco de humo, me parece una sobrada. Esta parte de la entrevista, la de no mandar a mi hija al colegio y estar con ella en casa, no fue emitida. Días después el Gobierno Vasco recomendó a las vecinas de los municipios aledaños al vertedero no abrir las ventanas, ni realizar actividades deportivas al aire libre.

Pues bien, cuando Joaquín y Alberto llevan casi 80 días desaparecidos entre los escombros del vertedero, cuando llevamos ya 42 días confinadas en nuestros hogares sin que ningún medio de comunicación se cuestione dicho confinamiento ni ningún locutor de radio se rasgue las vestiduras por el mismo, cuando 30.600 hogares vascos tienen a todos sus miembros activos en situación de desempleo, cuando han muerto más de 1.100 personas en la CAV por el coronavirus, cuando Euskadi está a la cola de Europa en la realización de test por cada positivo en Covid-19… al Lehendakari de todos los vascos y de todas las vascas sólo le preocupa celebrar elecciones lo antes posible. Eso, y que las empresas se pongan a producir de nuevo. El dinero manda, y a quien sirve el Lehendakari (éste, los que estuvieron y los que vendrán) no es a los vascos y a las vascas.
El Covid-19 le está viniendo muy bien a los señores Urkullu y Arriola, que lejos de recular en su política de gestión de residuos, ya han dado luz verde en Azkoitia a una nueva planta de valorización de residuos industriales no peligrosos (un vertedero de los de toda la vida con un nombre muy rimbombante para despistar). Planta que podrá llegar a gestionar casi 200.000 toneladas de residuos cada año. El estado de alarma está sirviendo al Gobierno Vasco como cortina de humo para tapar el desastre de Zaldibar, para perpetrar nuevos atentados contra la salud de las personas, y ya puesto pretende que se celebren elecciones cuanto antes para que la ciudadanía acuda a votar todavía en estado de shock por todo lo que está suponiendo el confinamiento y el miedo al coronavirus.
El oasis vasco cada vez se asemeja más a un desierto. Durante años nos han querido vender que Euskadi era diferente, que aquí los problemas que había en otros territorios del Reino de España, e incluso Europa, no existían. Que el desempleo era siempre menor, que la renta era siempre mayor, que la pobreza era inexistente… Pero no era cierto. Todas las miserias se tapaban con cortinas de humo atestadas de dioxinas y furanos, o se soterraban en vertederos que acabaron por venirse abajo. Decía Urkullu hace unos años que en un mundo globalizado la independencia era imposible. Y llevaba mucha razón. Porque de nada sirven los gobiernos autónomos, ni separarse de un estado para formar otro, si las personas no podemos decidir, si no somos tenidas en cuenta, si no somos el centro de todas las decisiones.
El oasis puede que existiera. Puede que incluso exista. Pero no para nosotras, ya que jamás beberemos de sus aguas, ni nos tumbaremos a la sombra de sus palmeras. Porque para que algunos vivan en oasis, la inmensa mayoría nos vemos abocadas a las más sedientas de las travesías del desierto.