Escrito
por Josep
Miralles Climent
Almudena
Grandes debe ser una buena novelista, pero como analizadora de la
historia creo que flaquea bastante. Ello viene a cuento por un
artículo en “El País Semanal”, del 2 de febrero, titulado “El
lugar del accidente”, donde, aprovechando la noticia de un
dramático accidente en Estella, ocurrido en una calle llamada Carlos
VII, arremete contra este personaje en particular, contra sus
antepasados y contra el carlismo en general acusándolo de golpista,
cuando todo el mundo sabe que los únicos golpistas del siglo XIX
fueron los espadones militares –muy liberales todos- y contra uno
de ellos –el general Narváez- luchó el carlismo, aliado a
republicanos y progresistas radicales, en la “Guerra dels
Matiners”, conocida también como Segunda Guerra Carlista,
capitaneada por Carlos VI, antecesor de Carlos VII.
La
señora Grandes, que ya no es una niña y por tanto vivió los años
de la transición, no quiere reconocer que, en los años en que ella
dice que estudiaba el curso de Orientación Universitaria
(1976-1977), el carlismo era una organización de izquierdas. Y eso a
pesar que tenía un compañero que, según ella misma dice, se
definía como carlista de izquierdas, por lo que, sin duda ese
compañero debía pertenecer al Partido Carlista. Pero, claro, o bien
doña Almudena es una cínica, o tiene poca memoria histórica, o
bien en aquellos años viviera al margen del compromiso político
contra la monarquía impuesta por Franco, -y antes contra la
dictadura franquista-, un compromiso que mantenían muchos de sus
compatriotas, incluidos los militantes del Partido Carlista, un
partido que, no sólo sufrió la represión de aquél régimen, sino
que fue fundador de la Junta Democrática, primero y de la Plataforma
de Convergencia Democrática después, formando parte también de la
Platajunta y de todos los organismos antifranquistas de las distintas
nacionalidades de las Españas. Más aún, unos años más tarde, en
1986, el Partido Carlista fue fundador de Izquierda Unida, una
organización, por cierto, con la que –creo- simpatiza la señora
Grandes en su versión más jacobina.
Sobre
ese carlismo que, por su edad, debería haber conocido una
intelectual como la autora del artículo, podría extenderme mucho
porque precisamente mi tesis doctoral El
carlismo militante (1965-1980),
trata de ello. Pero no lo voy a hacer. Que lea mi tesis si quiere,
que aprenda historia, o que refresque su cabeza y haga un poco de
memoria histórica.
Respecto
al carlismo decimonónico y sus abanderados –como Carlos VII- dice
Almudena Grandes: “Si hoy tuviéramos que calificar a los
aspirantes carlistas con una sola palabra los llamaríamos
golpistas”. Ya he dicho quienes era los golpistas en el siglo XIX y
sobre el carlismo de esa época podría también extenderme pero no
lo haré yo. Me remitiré a transcribir unas citas de dos autores, un
historiador y un escritor, como ella:
En
primer lugar del historiador marxista Julio Aróstegui que considera
que “puede intentarse el análisis del carlismo entre los
movimientos de protesta popular propios de los orígenes del
capitalismo” porque “los proyectos liberal-capitalistas eran
proyectos de clase, en beneficio de una concreta. La lógica del
proceso implica la reacción de aquellos otros grupos que sólo están
llamados a jugar un papel subordinado”. Más aún, “en una España
como la isabelina, con un poder oligárquico amurallado tras el
sufragio censitario el carlismo no tenía otra posibilidad de
expresión que no fuera el recurso al levantamiento armado. Respecto
a por qué hay calles dedicadas a Carlos VII en Estella y otras
ciudades de Eukal Herria, lo explicaría lo que dice el mismo autor:
“en el País Vasco y Navarra, como en Cataluña, el ejército
liberal fue siempre un ‘invasor’” ya que el carlismo tuvo una
“innegable adhesión de las poblaciones donde tales ejércitos
fueron posibles”. Recordemos que Carlos VII juró los Fueros vascos
y aragoneses.
Veinte
años más tarde de la Tercera Guerra Carlista (la de Carlos VII),
Miguel de Unamuno recordaba que “la protesta campesina contra la
desamortización se manifestó en diversas formas, generalmente
ocultas en la defensa de los Fueros” y que esa protesta estalló al
fin en forma violenta. Y añade: “El carlismo puede decirse que
nació contra la desamortización, no sólo de los bienes del clero y
los religiosos, sino de los bienes del común”, y en carta a
Joaquín Costa refiriéndose a “la última guerra civil carlista”,
dice que “fui testigo y en gran parte víctima de ella siendo niño,
y después me he dedicado a estudiarla, llevando cerca de ocho años
de investigaciones sobre sus causas y razones. Una de las cosas que
se descubre en ella es un fondo grande de socialismo rural. Tengo
recogidas proclamas de antes, periódicos carlistas, etc., y de todo
ello podría hacer un trabajo acerca del elemento socialista en la
última guerra civil. Pero lo verdaderamente curioso es un plan de
gobierno que presentaron a don Carlos en 1874 don José Indalecio de
Caso, don Julio Nombela (que vive en ésa aún) y el canónigo don
Vicente Manterola. En el tal plan hay cosas como éstas: 1º Cédulas
de profesión en vez de cédulas de vecindad, y el que no acredite
profesión no puede ni demandar en pleito. 2º Imponer a la
aristocracia la obligación de fundar y dirigir colonias agrícolas.
3º Declarar forzosa para gentes acomodadas la tutela de los
huérfanos pobres. (El plan dice ‘mandar hacer lo que manda la
caridad’.) 4º Con atención a que ‘se gobierna para los ricos a
costa de los pobres, y debe
suceder lo contrario...:
quede la pequeña propiedad dispensada de todo tributo, de todo gasto
de inscripción y de toda clase de costas, mediante un recargo
en progresión
creciente sobre
la gran propiedad’. 5º 'El trabajo representado por el trabajo’,
y, en fin, sería cosa de copiar toda esta curiosísima utopía
socialista en un plan simétrico y esquemático”. Dixit Unamuno.
Está
claro que hay “intelectuales” como hoy doña Almudena Grandes que
tienen la pereza de conformarse con la explicación fácil y caen en
el tópico que se da sobre el carlismo en los manuales al servicio de
los vencedores de las guerras… y de la Historia.
FUENTE: EL OBRERO